viernes, 14 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 36

 -Tampoco me gusta a mí -admitió en voz baja.


-Entonces, ¿Crees que podemos ser amigos otra vez?


Una voz interior le gritó su alerta, pero apenas podía oír sobre el palpitar de su corazón.


-No me parece...


Cuando ella no prosiguió, Pedro le agarró la barbilla y le levantó la cabeza para mirarla.


-No te parece, ¿Qué? -la instó.


Ella tragó y los sentidos se le alborotaron como las hojas de otoño. 


-Que podamos... Siquiera ser amigos. Hay demasiada...


-Química entre nosotros -terminó él irónicamente.


Al menos él no lo llamó deseo, pensó Paula agradecida.


-Algo por el estilo -asintió con la cabeza-. Y si tratamos de ser amigos...


-Somos amigos -interrumpió él-. Lo que pasa es que no quieres admitirlo.


Quizás tenía razón. No eran extraños. Tampoco eran simples compañeros de trabajo. Amigos sería la mejor forma de llamar su relación.


-De acuerdo -asintió-. Somos amigos.


-Bien -dijo él, volviendo a sonreír-. Creo que tendríamos que comenzar de cero.


-¿Y cómo te parece que podamos hacerlo? Ya comenzamos de cero una vez desde que te rompiste el tobillo.


-Olvídate de mi tobillo -dijo él, sacudiendo la cabeza-. Olvídate del baño en la piscina. Olvídate de la herida de mi brazo. Vayamos a las caballerizas y saquemos un par de caballos de montar. Sabes montar, ¿No?


-Si es un animal dócil.


-Probablemente pueda encontrar alguno manso en el grupo.


Ella le puso crema con antibiótico en la herida y luego cubrió la carne viva con tres tiritas.


-¿Dónde iremos? -le preguntó.


-Por aquí, en la meseta. O podemos montar al sur de las montañas. Me gustaría mostrarte el rancho. Hasta ahora, lo único que has visto es la casa y el patio.


Sería agradable salir y disfrutar del tibio aire de la tarde. Y si estar con él era como tratar de hacer dieta en una tienda de caramelos, bueno, lo podía tomar como una prueba de fuerza de voluntad. Porque tarde o temprano su trabajo los haría ir de viaje juntos y tenía que estar preparada.


-De acuerdo -dijo, encogiéndose de hombros-. Acepto tu invitación, pero no pretendas que monte como una vaquera.


Él esbozó una sonrisa torcida que le descubrió los blancos dientes.


-No pretendo que seas nada más que tú misma. 

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