-Tampoco me gusta a mí -admitió en voz baja.
-Entonces, ¿Crees que podemos ser amigos otra vez?
Una voz interior le gritó su alerta, pero apenas podía oír sobre el palpitar de su corazón.
-No me parece...
Cuando ella no prosiguió, Pedro le agarró la barbilla y le levantó la cabeza para mirarla.
-No te parece, ¿Qué? -la instó.
Ella tragó y los sentidos se le alborotaron como las hojas de otoño.
-Que podamos... Siquiera ser amigos. Hay demasiada...
-Química entre nosotros -terminó él irónicamente.
Al menos él no lo llamó deseo, pensó Paula agradecida.
-Algo por el estilo -asintió con la cabeza-. Y si tratamos de ser amigos...
-Somos amigos -interrumpió él-. Lo que pasa es que no quieres admitirlo.
Quizás tenía razón. No eran extraños. Tampoco eran simples compañeros de trabajo. Amigos sería la mejor forma de llamar su relación.
-De acuerdo -asintió-. Somos amigos.
-Bien -dijo él, volviendo a sonreír-. Creo que tendríamos que comenzar de cero.
-¿Y cómo te parece que podamos hacerlo? Ya comenzamos de cero una vez desde que te rompiste el tobillo.
-Olvídate de mi tobillo -dijo él, sacudiendo la cabeza-. Olvídate del baño en la piscina. Olvídate de la herida de mi brazo. Vayamos a las caballerizas y saquemos un par de caballos de montar. Sabes montar, ¿No?
-Si es un animal dócil.
-Probablemente pueda encontrar alguno manso en el grupo.
Ella le puso crema con antibiótico en la herida y luego cubrió la carne viva con tres tiritas.
-¿Dónde iremos? -le preguntó.
-Por aquí, en la meseta. O podemos montar al sur de las montañas. Me gustaría mostrarte el rancho. Hasta ahora, lo único que has visto es la casa y el patio.
Sería agradable salir y disfrutar del tibio aire de la tarde. Y si estar con él era como tratar de hacer dieta en una tienda de caramelos, bueno, lo podía tomar como una prueba de fuerza de voluntad. Porque tarde o temprano su trabajo los haría ir de viaje juntos y tenía que estar preparada.
-De acuerdo -dijo, encogiéndose de hombros-. Acepto tu invitación, pero no pretendas que monte como una vaquera.
Él esbozó una sonrisa torcida que le descubrió los blancos dientes.
-No pretendo que seas nada más que tú misma.
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