lunes, 3 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 15

 -Tengo una hermana melliza, Luciana -asintió él-. Se ha casado hace unas semanas con el capataz de nuestro rancho. Ella y Sergio viven en la propiedad también. Además tenemos una hermana menor, Carolina, que estudia Medicina en la universidad de Nuevo México -añadió, tomando un trago de café y mirándola por encima del borde de la taza-. ¿Y usted, señorita Chaves? ¿Tiene familia?


Paula miró el bollo a medio comer. Le habían hecho esa pregunta muchas veces, pero esa mañana, con los verdes ojos de Pedro clavados en ella, hubiera preferido que le cortaran una mano. 


-Primero, le dije que no me llamara señorita Chaves.


Él tamborileó los dedos sobre la mesa inconscientemente y el movimiento le hizo prestarle atención a sus manos. Eran fuertes y cuadradas y tenían en dorso cubierto de vello oscuro. Débiles cicatrices le marcaban los nudillos de tres dedos y los demás estaban encallecidos. Era un hombre que trabajaba con la cabeza, pero era obvio que no lo asustaba usar sus manos también. Le gustaba ese aspecto de él. Le gustaba demasiado.


-Muy bien, Paula, háblame de tu familia.


-No tengo familia -le dijo ella abruptamente y luego le dió un mordisco al bollo, como si no hubiera más que decir.


Él arqueó las cejas con expresión de asombro.


-Seguro que tendrás un tío o una tía, o alguien por algún sitio. ¿Qué le sucedió a tus padres?


-Murieron en una tormenta. Vivíamos en una zona rural de Texas y la clínica más cercana estaba a treinta millas. Mi madre estaba a punto de dar a luz y como creyeron que había comenzado con los dolores de parto decidieron que lo único que podían hacer era ir al doctor. Llovía a cántaros y parte del camino estaba inundado. Como no veían por donde iban, se metieron dentro del agua y la corriente los arrastró. En ese entonces yo tenía cuatro años.


Contó la historia con voz inexpresiva, como si estuviese hablando de alguien a quien no conocía.


-¿Eras su única hija?


-Me fui a vivir con la abuela de mi madre después de aquello -asintió ella-. Era el único pariente que estaba dispuesto a hacerse cargo de mí. Pero ya era mayor y murió cuando yo tenía ocho años.


-¿Y entonces, qué sucedió?


Ella lo miró con los labios comprimidos en una línea delgada y burlona.


-Hogares adoptivos.


-Lo siento -dijo él, porque no se le ocurrió nada más que decir.


-No te preocupes. Logré crecer a pesar de todo ello -se puso de pie y cruzó la habitación hasta un pequeño cubo de basura. 


Después de tirar lo que quedaba del bollo y el resto del café, se dio la vuelta hacia él. 


-Bien, no sé que piensas hacer el resto del día, pero yo tendré que ponerme a trabajar con esas gráficas.


Había perdido a su familia, y si le quedaba algún pariente, obviamente no eran de los que se pudiese contar. Era difícil imaginar lo que habría significado para ella crecer en esas circunstancias. Él había tenido dos padres cariñosos, tíos y tías que lo adoraban y dos hermanas que siempre lo habían colocado en un pedestal. No se podía imaginar su vida sin ninguno de ellos. Y aunque ella tratase de darle la impresión de que nada de ello la había afectado tanto, él sabía lo que ella estaría sintiendo.


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