viernes, 14 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 38

 -¿Siempre le han interesado los caballos?


-Sería mejor decir «obsesionado». Es igual que mamá. Lo lleva en la sangre y sabe un montón sobre ellos. Por eso creo que nunca fue completamente feliz mientras se dedicaba a recorrer el mundo con su música. Echaba en falta al rancho y los caballos, y la sencillez de esta vida.


Paula se había preguntado varias veces lo que sería su vida si no trabajase como geóloga. ¿Sería más feliz si simplificara su vida con un trabajo normal de nueve a cinco? Lo dudaba. No había nadie en casa esperándola, deseando que llegase. En cuanto a necesitarla, suponía que nadie la había necesitado nunca. Excepto su hija. Y cuando su bebé la había necesitado más, le había fallado. Pero no quería pensar en ello ahora. Siempre intentaba no pensar en ello.


-Tu hermana es una mujer con suerte -dijo Paula-. Pero además, valiente, creo.


-¿Por qué? -le preguntó Pedro con curiosidad.


-Porque siguió a su corazón en vez de seguir por la senda marcada.


-¿Y crees que eso requiere valentía? -sonrió él.


-Estoy segura.


La dorada luz del ocaso la bañaba y al mirarla, Pedro pensó que nunca había visto una mujer más sensual. Estaba hecha para amar a un hombre y tener sus hijos. Entonces, ¿Por qué estaba sola? ¿Y por qué no podía soportar imaginarse a otro hombre tocándola que no fuese él? Cabalgaron en silencio unos minutos. El sendero se fue estrechando y cuando finalmente resultó imposible montar uno al lado del otro, Paula permitió de buena gana que Pedro guiara el camino y que Tornado lo siguiera a un paso más lento. Finalmente, el bosque se hizo más tupido. Ardillas corrían por las ramas de los árboles y más de una vez un ciervo apareció entre las sombras para luego desaparecer con graciosos movimientos en la espesura. Paula disfrutó de la serena belleza del lugar y pensó qué maravilloso era que los Sanders fuesen los dueños de tierra que pasaría de generación en generación y nunca sería dañada por el progreso. Cuando el rocoso sendero por el que iban se hizo tan empinado que casi no se podía subir más por él, describió una curva y rodeó la montaña. Paula exclamó ante el súbito esplendor que se extendía bajo ella. Unos metros más adelante, una grieta en el acantilado ensanchó el sendero. Pedro frenó el caballo y Paula detuvo a Tornado inmediatamente detrás de él. Él se dió vuelta en la montura y le sonrió.


-Hermoso, ¿Verdad?


-Tanto, que quita el aliento.


-¿Te gustaría bajar y estirar las piernas?


Paula sentía tal rigidez que no sabía si podría bajarse de la montura. 

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