lunes, 24 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 57

 -¿Para poder perderlos también? -le preguntó, con la voz ahogada por los pliegues de la camiseta de él- ¿Cómo perdí a mi padre y a mi madre? ¿Mi abuela? ¿Mi bebé y mi marido? -sacudió la cabeza contra su pecho-. No, gracias. No podría soportarlo. Preferiría estar sola el resto de mi vida.


Así que ya lo sabía, pensó Pedro con tristeza. No solo había perdido a su hija, sino que también el hombre que amaba la había traicionado. El dolor había sido demasiado y le impedía olvidar. La comprendía perfectamente y su corazón sufría por ella. Deseaba abrazarla con fuerza y asegurarle que no había venido al mundo para ser castigada.


-Algún día te despertarás y te arrepentirás de sentirte así, Paula.


-¿Como tú? Tú no te arrepientes.


Oh, sí. Se arrepentía, se dió cuenta de repente. Deseaba con cada fibra de su ser poder superar la muerte de Soledad. Ojalá pudiese abrir su corazón y decir: «Te amo, Paula. Cásate conmigo y ten mis hijos». Pero no podía. Había aprendido que la vida era demasiado frágil, demasiado impredecible para arriesgar su corazón una segunda vez.


-Supongo que tienes razón, Paula -dijo tristemente.


Ella se separó de él, se secó las lágrimas cuidadosamente y pestañeó.


-Se está haciendo tarde y todavía tenemos varias cajas que guardar. Así no iremos a ninguna parte.


No. Y nunca lo harían, pensó Pedro. Paula estaba demasiado amargada para amar nuevamente y él estaba sencillamente demasiado asustado. Entonces, ¿Qué hacía con esa mujer? ¿Por qué deseaba tanto abrazarla, consolarla, amarla?  Amarla. 


Amarla. ¿Ya se había enamorado de Paula y no se había dado cuenta? Pedro no se atrevió a responder esa pregunta. 



Pedro colgó el teléfono y se recostó pesadamente en la silla de cuero de su oficina. Parecía que todo funcionaba mal. Un jefe de pozo en Bloomfield se había despedido repentinamente sin preaviso. Un incendio había destruido tres generadores y herido a dos hombres en otro pozo en Louisiana y ahora un furioso terrateniente en Oklahoma intimidaba con una escopeta a los obreros de un pozo de exploración a que se alejaran de sus tierras, por más que la compañía petrolera ya le había pagado una generosa suma por el derecho a perforar en su propiedad. Dió vuelta la silla y miró las distantes montañas mientras se frotaba las sienes. Mientras miraba distraído las nubes que se acumulaban en los picos para su chaparrón diario, sus pensamientos se dirigieron a Paula. No había un minuto del día en que no pensase en ella y se preguntase que hacer con la obsesión por esa mujer. 

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