lunes, 17 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 41

 -Estoy seguro de ello -contestó él finalmente con una sonrisa mitad triste mitad irónica.


Así que eso era lo que Pedro pensaba del amor, concluyó Paula. Creía que era algo que arruinaba a la gente, que había matado a su madre y quizás a su padre. Hacía años que ella albergaba la misma idea. Amar a alguien demasiado solo podía llevar al desastre. Se lo había tallado en la piedra que había reemplazado a su corazón y ni siquiera en sus momentos más solitarios lo había olvidado. Pero ahora, mientras lo miraba, pensó en lo triste que era que él no quisiera entregar su corazón. Paula tenía motivos para sentirse herida y dañada. Pedro no. ¿O quizás él también?


-¿Por eso es que nunca te has casado? ¿Por lo que pasó hace todos esos años entre tus padres biológicos? -le preguntó sin poder evitarlo.


En cuanto él oyó la pregunta, una puerta se cerró dentro de los ojos verde oscuros.


-El motivo por el que yo no me haya casado no es de tu incumbencia.


Sus palabras la hirieron aunque se dijo que no tenían porqué hacerlo. 


-Yo te conté lo de mi divorcio -le recordó.


-Mira, Paula, yo tengo mis propios demonios interiores, igual que tú. Y son algo que no quiero compartir con nadie.


Ni siquiera con ella. Lo había dejado bien claro. Se suponía que ella era su amiga, nada más. Y como amiga, tenía que respetar su vida privada.


-Esté bien. Comprendo -murmuró, e hizo un esfuerzo por sonreírle.


Hubo algo indefinible en los ojos de Pedro antes de que los apartase y mirase a la distancia.


-Ya se ha puesto el sol -dijo ahogadamente-. Será mejor que volvamos a la casa antes de que oscurezca demasiado.


Se puso de pie y le alargó la mano. Ella se la agarró y él la levantó suavemente. Echando la cabeza hacia atrás, lo miró y durante un momento, el deseo de besarlo fue tan fuerte que apenas pudo respirar.


-Gracias, Pedro.


Él entrecerró los ojos y su mirada se detuvo en la húmeda curva de sus labios.


-¿Por qué?


Ella tragó y bajó la vista rápidamente.


-Por el paseo. Y por contarme la historia de tus padres.


-No sé por qué lo hice -hizo una mueca él-. Estoy seguro de que te ha parecido aburrida.


Ella logró lanzar una carcajada y se soltó de su mano para dirigirse a los caballos.


-Yo soy la que es tan aburrida como un postre de vainilla -le dijo por encima del hombro.


Pedro le podría haber dicho que su postre favorito era el de vainilla. Podría haberla seguido y saboreado la dulzura de sus labios. Pero había hecho el pacto con ella de ser solo amigos y no se podía arriesgar a poner en peligro la frágil tregua que habían establecido. La semana pasada había aprendido que contar con su compañía así era mucho mejor que no tener su compañía en absoluto. A la mañana siguiente, sorprendió a Paula al preguntarle si quería ir a trabajar con él en vez de conducir su propio vehículo. 

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