viernes, 28 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 67

Durante los cinco días pasados había ansiado sentirlo abrazándola, oír su voz, ver su sonrisa. Pero eso no quería decir que fuese lo correcto o lo sensato. Su voz angustiada le llegó a Pedro al corazón y supo que la espera hasta que ella llegase a su lado le resultaría espantosa.


-Pero desearías no echarme de menos, ¿Verdad? -preguntó con amargura.


-Pedro, por favor, no empecemos. Suponía que él iba a iniciar una discusión.


-Tienes razón dijo él, tomándola por sorpresa-. No puedo decir lo que quiero decirte sin tocarte o mirarte a los ojos.


-Pedro -respondió ella con un gemido-, yo...


-No digas más -la interrumpió él-. Hablaremos mañana cuando estés aquí.


-De acuerdo -dijo ella y las lágrimas le comenzaron a escocer en los ojos-. Buenas noches.


Él no le devolvió el saludo y ella estaba a punto de colgar cuando oyó su voz.


-Te amo, Paula.


Paula colgó sin poderle responder. Luego, hundiendo el rostro en las manos, lloró silenciosamente. No supo cuánto tiempo estuvo sentada en el borde de la cama hasta que sintió un brazo que le rodeaba los hombros.


-¿Paula? ¿Ha pasado algo?


Se enjugó las lágrimas y levantó los ojos. Luciana la miraba ansiosamente.


-Oh, Luciana -susurró con tristeza-, me temo que estoy enamorada de tu hermano.


Desde su asiento en la camioneta, Pedro observaba el negro cielo en el Oeste arder como el furioso caldero de una bruja. Los relámpagos se hundían en el suelo cual dientes de un enorme tridente. La radio de la camioneta crujía con electricidad estática y el locutor aconsejaba a los oyentes que estuviesen preparados para guarecerse de la tormenta que se aproximaba.  ¿Dónde diablos estaba? Se lo preguntó por enésima vez. Pronto se haría de noche y hacía tres horas que tendría que haber llegado. No se encontraban en Nuevo México, donde las tormentas eléctricas y los chaparrones eran lo máximo que podía amenazar en verano. Era Oklahoma, donde un tornado se podía formar en un instante. Y por el aspecto del cielo sobre las montañas, la atmósfera estaba lista para uno. El miedo lo invadió y nuevamente tomó el teléfono del coche. Habían pasado varias horas desde que llamase al aeropuerto de Oklahoma City. Le habían dicho que su avión había aterrizado con retraso pero bien. Desde entonces llamó a su teléfono móvil innumerables veces sin lograr ponerse en contacto con ella. Suponía que el viento habría volteado alguna antena y la señal de su teléfono no podría llegar a más de veinte metros de su camioneta, ni que decir superar la cadena montañosa donde se hallaba. Lanzó una maldición por lo bajo y apagó el teléfono, arrojándolo sobre el asiento. Nunca tendría que haberle dicho que fuese, pensó con tristeza. Si algo le sucedía conduciendo por esos caminos de montaña, prefería morirse. 



La lluvia le golpeaba el parabrisas como si alguien le estuviese echando cubos de agua. Aferrada al volante, Paula se inclinó intentando ver algo. A ambos lados de la carretera, los árboles se mecían alocadamente con el viento, mientras los relámpagos iluminaban el cielo salvaje sobre su cabeza. Sabía que tendría que salir del camino y esperar que pasase la tormenta, pero la única vez que se había detenido la había retrasado muchísimo. Seguro que Pedro la esperaba. Tenía que seguir por esa solitaria carretera y rogar que no le fallase su sentido de la orientación. 

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