viernes, 14 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 40

 -No pasa nada. No me molesta hablar de ello. No estoy avergonzado de mis ancestros, todo lo contrario. La verdad es que mi padre biológico es una especie de leyenda por esta zona. Compró sus tierras hace más de sesenta años y construyó el Bar A casi por sí solo. Según me cuentan mi madre y mis tías, o mejor dicho mis hermanastras, Enrique Alfonso era un hombre trabajador a quien le gustaba beber y jugar. Y los caballos le gustaban más todavía. Dentro y fuera del hipódromo. Cuando su mujer enfermó, se lió con otra mujer, Diana, la hermana de Horacio. Con ella tuvo una relación secreta y Luciana y yo nacimos como resultado de ella.


-¿Y qué pasó con tus padres biológicos? ¿Dónde están ahora?


La cara de él se oscureció de pena.


-Me da pena decir que ambos están muertos. Poco después de que Luciana y yo naciésemos, Enrique tuvo un ataque al corazón mortal. Solo tenía alrededor de cincuenta años, pero según me han contado, había vivido una vida muy dura.


-¿Y Diana? -le preguntó Paula fascinada-. Ha de haber sido mucho más joven si era capaz de tener hijos.


-Casi veinticinco años más joven -asintió Pedro-. Pero tenía problemas emocionales que se agravaron cuando creyó que Enrique la había abandonado con sus dos bebés.


-¿Y era verdad? -volvió a preguntar Paula, sorprendida por el interés que le suscitaba ese hombre.


-Creemos que no. Mis hermanas descubrieron muchos talones cancelados que él le había estado enviando a Diana. Ella vivía en Las Cruces en ese momento y suponemos que cuando los cheques y Enrique dejaron de llegar, no pudo soportarlo. Nos dejó a Luciana y a mí en una cesta en el porche de entrada del rancho.


Paula intentó digerir tanta información. Era difícil de imaginar que ese hombre fuerte, confiado y sexy había llegado al mundo en esas circunstancias. Se había imaginado que había nacido con todo dado desde que llegó al mundo.


-Dios santo, Pedro. No puedo... Lo encuentro tan difícil de creer.


-Pues, puedes creértelo. Josefina nos encontró y durante bastante tiempo nadie supo que nosotros éramos Alfonso también.


Paula se lo quedó mirando con incredulidad.


-¿Quieres decir que Diana desapareció? ¿Que nunca le dijo a nadie que los había dado?


-No -negó él con la cabeza-. Es una larga historia, pero finalmente la encontraron y la internaron en una institución mental. Murió allí poco después. 


-Y entonces Ana y Horacio se convirtieron en sus padres -dijo ella.


-Se conocieron por nosotros y se enamoraron. Después de casarse, nos adoptaron, pero nunca intentaron ocultar nuestro origen. Lo cierto es que papá tiene un diario de Diana que ella escribió mientras estaba enamorada de Enrique. Quizás quieras leerlo algún día. Las anotaciones no eran siempre felices, pero es interesante. Era una mujer inteligente. Hasta que ese amor le rompió el corazón y le destruyó el espíritu. Pero eso sucede a veces cuando una persona ama demasiado a otra.


Paula se preguntó si hablaba por propia experiencia. Y quiso preguntarle si alguna vez había amado tanto a una mujer como para que le hiciese daño, pero no se atrevió a hacerlo. Por algún motivo, no se quería enterar de si alguna vez le había entregado su corazón a una mujer.


-¿Así que eso es lo que piensas que le sucedió a tu madre? ¿Que amó demasiado a tu padre?


Él no respondió inmediatamente y se quedó mirando la llanura interminable que se extendía ante ellos. No era el hombre que ella se había imaginado. Era más, mucho más. 

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