miércoles, 12 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 32

 -Nada.


-No es normal que vengas temprano a casa a trabajar a las caballerizas -rió de buena gana la pelirroja-. Tienes aspecto de haber cometido un asesinato. No sé porque has venido aquí con ese mal humor.


-¿Dónde querías que fuera, a un bar a ahogar mis penas en alcohol?


Ella le hizo una carantoña y él frunció el ceño como respuesta. Nadie lo conocía tanto como su melliza. Siempre se habían sentido muy cercanosmucho más que otros hermanos. Si Luciana sufría, él se daba cuenta. Si a él le pasaba algo, ella lo notaba.


-No, no quiero que te vayas a un bar -dijo ella.


El potrillo comenzó a tironear de las riendas nerviosamente. Ella le dió un tirón y lo forzó a que se quedara a su lado.


-¿Qué te pasa? ¿Estás ajustando cuentas con la nueva geólogo que papá ha contratado?


-¿Ajustando las cuentas? -preguntó él, levantando una ceja.


-Ya sabes a lo que me refiero. Papá dice que tuvieron una pelea en cuanto se vieron.


Pedro lanzó un bufido.


-Lo hemos resuelto. La he perdonado por haberme roto el tobillo.


Lo que no podía perdonarle era que fuese tan hermosa, tan tentadora.


-Qué generoso de tu parte -dijo Luciana dulcemente y luego le hizo una seña para que se acercara-. Necesito un poco de ayuda con este diablillo. ¿Me lo sujetas mientras le atuso las crines?


-¿Quieres que me mate? -gimió Pedro.


-Sería una buena idea acabar con tu sufrimiento -rió Luciana-. Venga.


-Muy graciosa -respondió, pero la siguió a la cuadra donde se acicalaba a los caballos.


Tal como esperaba, el potro se defendió como pudo. Cuando Luciana desconectó las tijeras de atusar, Pedro estaba mordido, pisoteado, y se había quemado con la cuerda. Su hermana intentó no reírse de la cara de disgusto de su hermano, pero se le escaparon unas risillas.


-Lo siento, Pedro, pero me ofrecí a sostenerlo mientras tú lo tusabas.


Él se despegó cuidadosamente un trozo de piel que le colgaba del brazo.


-No te preocupes, sobreviviré.


Las risillas pararon.


-La verdad es que me preocupa tu estado de ánimo.


-Pues pido disculpas por no andar bailoteando por ahí con una sonrisa en la cara. Ha sido una semana dura y tengo muchas preocupaciones.


Luciana se dió unos golpecitos en la mejilla pensativamente.


-¿Estás seguro que no tiene que ver con Paula Chaves?


-Nada -ladró él.


-¿Y no te preocupa que ella esté alojada en el rancho?


-¡Te digo que no! Ella se queda en su habitación y yo hago lo que me viene en gana. Ni siquiera nos vemos.


Luciana lo miró con una expresión comprensiva en los ojos.


-Con razón estás tan cascarrabias.


-¿Qué quieres decir con eso? -protestó él.


Luciana agarró la cuerda del potrillo y se alejó con él trotando a su lado.


-Nada -gritó alegremente por encima del hombro.


-¡Luciana, estás loca! -le gritó él.


-Eso es mejor que estar sola.


¿Solo? ¡Diantre! ¿A qué se refería ahora? El que ella estuviese loca de amor por su esposo no quería decir que él estuviese buscando pareja. 

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