miércoles, 12 de octubre de 2022

Otra Oportunidad: Capítulo 34

Él se acercó y el corazón de Paula latió desaforado mientras le recorría el cuerpo con la mirada. Los polvorientos vaqueros desteñidos tenían los muslos manchados. La pechera de su camisa azul pálido estaba oscura de sudor y llevaba las mangas subidas hasta los codos. La barba le sombreaba la cara y ella se dió cuenta que era el hombre más sensual que conocía.


-Parece que has estado trabajando -le dijo.


Él abrió la puerta de un armario y sacó un vaso. Cuando se acercó al refrigerador, Paula se alejó unos pasos.


-Mi hermana y mi madre me permitieron que ayudase en los establos esta tarde.


-¿Permitieron?


Al ver su cara de curiosidad, Pedro se dió cuenta de que ella se hallaba confusa.


-Quizás nadie te lo ha dicho, pero mi madre y mi hermana se dedican a la cría y el entrenamiento de caballos de carrera. Y son muy especiales eligiendo a la gente que trabaja con ellas.


-¿También tú?


Paula lo dijo con incredulidad.


-Sí, incluso yo -gruñó él con seca socarronería.


-¿No eres jinete?


Él llenó el vaso con agua del dispensador de la nevera y tomó unos largos tragos antes de responder.


-Yo crecí sobre un caballo. Y supongo que puedo ocuparme de uno como cualquier hijo de vecino, pero los caballos de carrera son harina de otro costal. No tengo paciencia con su carácter tan fuerte.


-Me lo creo -murmuró ella.


-No creerás que tengo carácter fuerte -dijo él, echándole una mirada irónica.


Ella tomó un trago de zumo y se secó cuidadosamente los labios con la lengua. Pedro le miró el lento movimiento e intentó no gemir en voz alta. Apenas pasaba un minuto del día sin que pensase en hacerle el amor a Paula Chaves. Y comenzaba a preguntarse cuánto tiempo le llevaría curarse de esa tortura mental. 


-Yo creo... Que siempre estás mordiendo el freno, como uno de esos caballos.


A pesar de todo, Pedro rió. El sonido de placer hizo sonreír a Paula y cuando él la miró, se dió cuenta de que eso era lo que le había faltado la semana anterior. Esa conexión especial era lo que más necesitaba.


-Es agradable oír que otra vez dices lo que piensas.


Ella lo miró con detenimiento. Pedro llevaba un viejo sombrero de vaquero con el ala enroscada a los lados y hacia abajo en el frente. La copa tenía manchas de sudor. Paula pensó que le quedaba muy bien.


-¿Qué quieres decir con «Otra vez»? Yo siempre digo lo que pienso.


-No conmigo.


-Te digo exactamente lo que pienso.


-Sí. Sobre el trabajo.


Ella necesitaba aire, pero sus pulmones de repente se rehusaron a funcionar.


-¿Hay algo más, además del trabajo?


-Mira, Paula, yo sé... -sacudió la cabeza y luego se cruzó de brazos.


En ese momento, Paula le vió el antebrazo y ya no le importó qué era lo que estaba por decir. Lanzó una exclamación de susto.


-¡Pedro! ¿Qué te has hecho? -dijo y antes de que él respondiese estaba a su lado y le había agarrado el brazo.


Su cercanía, el contacto de sus suaves manos, hacía la pena que valiese quemarse con el roce de la cuerda. Luego se maldijo por ser tan idiota.


-No es nada, Paula. Un potrillo que se puso un poco travieso, nada más.


-¡Nada! Estás en carne viva. Y... -se interrumpió y se inclinó sobre el brazo para mirar la herida con mayor detenimiento- parece que está llena de tierra y pelo.


Por encima de su cabeza, Pedro sonrió. Después de una semana de fría indiferencia, su preocupación era como un bálsamo. 

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