lunes, 17 de junio de 2019

Recuerdos: Capítulo 61

Dos semanas. Muy poco tiempo para todo lo sucedido. Paula frunció el ceño. Antes del accidente, su vida había sido relativamente simple. Pero todo había cambiado; tenía que enfrentarse a un nuevo mundo. Se preguntaba si su vida volvería a ser la misma. No. Pedro se había encargado de ello.

Cada día que pasaba, se le hacía más difícil esconder sus sentimientos. Necesitaba sentir sus brazos alrededor de su cuerpo, necesitaba confesarle su amor. Pero tenía miedo. Sabía que él la deseaba, pero eso no era igual que el amor. El tiempo se acababa. Ella no se podía quedar mucho más. Mientras pensaba en todo eso, salió al porche. En lugar de sentarse en el columpio, bordeó la casa y se quedó mirando hacia los prados. A lo lejos se veía a Pedro y a Santiago trabajando en una valla. Había tenido la esperanza de que él no trabajara ese día. Pero parecía que no se iba a cumplir su deseo. Esa mañana había ido a la tienda y había comprado cosas especiales para cenar, ya que desde la visita de su madre, dos días antes, apenas le había visto el pelo.

Cuando vió que los hombres no tenían intención de abandonar su trabajo, sus hombros se encorvaron ligeramente. Y entonces lo vió. La rabia surgió en su interior. Y también el miedo. David Weston salió de su coche.

—¿Qué haces aquí?

Se acercó a ella.

—Ya te previne, ¿No lo recuerdas?

—¡Estás borracho! —dijo dando un paso atrás.

Él agarró su muñeca.

—Oh, no. No te vayas.

—¡Quítame las manos de encima!

La agarró con más fuerza.

—Nada de eso, nenita. O me das el dinero o haré algo de lo que te arrepentirás.

La echó contra la pared de la casa y hundió las uñas en su piel. Al principio, Paula no había pensado que él pudiera hacerle daño. Pero en ese momento no estaba nada segura. Pensó que él sentiría gran placer descargando su ira y sus frustraciones en ella. Era un demente.

—Bueno, ¿Qué prefieres?

Su asqueroso aliento le llenó la cara. Ella intentó girar la cabeza, pero él agarró su barbilla y la mantuvo recta.

—Pedro te matará —dijo Paula.

—Pero ahora no está aquí —dijo apretando sus hombros—. Sólo estamos tú y yo, nena.

Paula trató de reunir las fuerzas necesarias para intentar razonar con él.

—Por favor… no me hagas daño.



Pedro se secó el sudor de la frente y echó un vistazo a su reloj.

—Bueno, ya está por hoy, Santiago.

Sudando tanto como Pedro, Santiago se secó el bigote con un trapo.

—Estoy hecho polvo.

—Yo también. Este calor es exagerado.

Santiago sonrió.

—Pensé que estábamos en primavera.

—Sí, yo también.

Se quedaron callados mientras se preparaban para marcharse, tan cansados que apenas podían andar. Y aun así, Pedro quería retrasar todo lo posible el regreso a casa. No sabía qué hacer con Paula. Al recordar su cuerpo desnudo junto al de él, experimentaba de nuevo la misma sensación electrificante. Y a continuación, su mente revivía cada detalle de esa noche. Sintiéndose incómodo, se subió al caballo. Santiago se subió al suyo, y juntos cabalgaron hacia la casa. Pedro los óantes de que ellos le vieran a él. Detuvo el caballo, y aunque su cara estuvo inexpresiva, la sangre se le heló en las venas.

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