lunes, 3 de junio de 2019

Recuerdos: Capítulo 43

—Por el amor de Dios. No muerdo.

—¿Estás segura? —preguntó Pedro con voz cansina.

Paula había visto a Pedro dirigirse a la mesa, donde había un gran recipiente lleno de té helado. Antes de que pudiera rellenar su taza, ella se acercó. Y en esos momentos, mientras él la miraba con el ceño fruncido, ella no sabía si insultarlo o abofetearlo.

—Idiota —murmuró Paula en voz muy baja.

Pero él la había oído, y se rió.

—Me han llamado cosas peores.

Paula se ruborizó, pero no retrocedió.

—No me extraña.

Él simplemente se quedó mirándola durante unos instantes, y entonces, con voz ruda dijo:

—Vamos.

La pista estaba llena, pero eso no evitó que Pedro entrara con ella y la tomara entre sus brazos. Ella no había esperado sentir de nuevo su cuerpo duro contra el suyo, ni tener sus brazos rodeándola con tanta fuerza. La tensión se acumulaba en el cuerpo de Paula a pesar de sus esfuerzos por relajarse. Y el olor de su piel caliente no ayudaba, especialmente cuando su boca se quedó justo apoyada en la abertura del cuello de su camisa. Paula se humedeció los labios deseando acariciar ese punto con la punta de su lengua. En lugar de ello, respiró, echándole aliento caliente.

—¡Dios, Paula! —dijo Pedro intentando separar su cabeza.

Paula sintió su involuntaria excitación. Pero estaba demasiado absorta en la reacción de su propio cuerpo como para apartarse, sintiendo como si algo hubiese estallado en su interior, revelando fuerzas que eran demasiado poderosas como para contenerlas. Se sintió elevada a una nueva dimensión y empezó a moverse sensualmente al ritmo de la música.

—¿Qué diablos crees que estás haciendo?

Las palabras de Pedro sonaron torturadas, pero no la empujó, sino que la abrazó con más fuerza y siguió sus pasos. La barbilla de él rozaba su cabello y su respiración lo movía levemente. Una ligera elevación de su cabeza, y sus labios se encontrarían. La idea no era sólo tentadora, sino que la excitaba muchísimo, ya que sabía que él no pondría resistencia. Pero el recuerdo de aquél día junto al árbol llegó de repente a su cabeza. Ese no era un juego para Pedro. No era un hombre con quien se pudiera juguetear. Con un nudo en la garganta, Paula adoptó la compostura y se puso rígida. Él la apartó. Sus ojos no tenían ninguna expresión. Cuando habló, su voz no parecía la suya.

—¿Estás lista para irnos?

—Sí.

Cinco minutos más tarde, se marcharon.

—Hay algo que quiero preguntarte.

Estaban a mitad de camino del rancho, y era la primera vez que alguno de ellos hablaba. Estaban demasiado desconcertados por lo que había sucedido en la pista de baile.

—De… acuerdo —dijo Paula.

Sin previo aviso, Pedro detuvo el coche en la cuneta.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Paula con ojos como platos.

—¿Qué te parece a tí?

—Parar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario