viernes, 28 de junio de 2019

Indomable: Capítulo 16

Por lo general a Paula le encantaba la mañana del sábado porque se presentaban ante ella dos días completos que podía pasar con su hija, pero el fin de semana ya empezó mal cuando recogió el correo del buzón y encontró una carta de su casero en la que le informaba de que finalmente se había decidido a vender la casa. Le daba dos meses de plazo para abandonar la vivienda, como tenía obligación de hacer por ley, pero a ella se le cayó el alma a los pies.

–Mami, me prometiste que íbamos a hacer magdalenas –le recordó Valentina mientras desayunaban.

Paula, que había perdido el apetito, dejó su tostada a medio acabar en el plato, y sonrió a su hija.

–Es verdad, tienes razón.

No tenía sentido que se angustiase y les estropease a ambas el fin de semana, se dijo. Sin embargo, la llegada del agente inmobiliario unas horas después para tomar medidas y hacer fotografías de la cabaña la obligó a volver a la cruda realidad de su situación.

–No hay ninguna otra vivienda de alquiler ahora mismo en Little Copton –le dijo el agente–, pero tenemos un par que se venden. Aunque las dos son más grandes que esta: cuatro dormitorios, un par de cuartos de baño, jardín…, así que probablemente se salgan de su presupuesto.

–Por desgracia ni siquiera me puedo permitir pagar la entrada de una hipoteca –respondió ella con un suspiro.

Valentina estaba tan integrada en la vida de aquel pequeño pueblo… Iba a la guardería y había solicitado una plaza para ella en el colegio al que iban a ir todos sus amigos, pero ahora tendrían que abandonar Little Copton y mudarse a otra ciudad donde pudiesen encontrar una vivienda de alquiler. El timbre de la puerta hizo a Paula fruncir el ceño. No esperaba ninguna visita. Se disculpó con el agente para ir a ver quién era, y cuando llegó al vestíbulo y abrió la puerta el corazón le dió un vuelco al encontrarse con el apuesto rostro de Pedro Alfonso. Debería ser ilegal que un hombre sonriera de un modo tan sexy, pensó mientras los ojos de él recorrían su figura lentamente, y se detenían en sus senos. Y ella, como una tonta, se encontró deseando llevar algo más favorecedor que aquel suéter gris de manga larga que había encogido al lavarlo.

–Tu cara me dice que estás teniendo una mala mañana.

Pues sí, y justo en ese momento acababa de empeorar.

–Te has manchado con algo… –comenzó a decir él, señalando.

Paula bajó la vista y vió que tenía el pecho cubierto de un fino polvo blanco.

–Oh. Es harina –murmuró sonrojándose mientras se lo sacudía–. Estamos haciendo magdalenas y Valentina batió los ingredientes con demasiado entusiasmo –para su espanto se dió cuenta de que los pezones se le marcaban bajo la prenda de punto–. ¿Has venido por algún motivo concreto?, porque estoy algo ocupada.

El tono áspero que empleó hizo a Pedro enarcar las cejas.

–Sí, mi visita tiene un motivo. Quizás podrías invitarme a pasar para que lo hablemos.

Miró por encima del hombro de Paula, hacia el estrecho pasillo, y se puso tenso cuando vio a un hombre salir de una de las habitaciones al fondo. ¿Era eso lo que la tenía ocupada? ¿Había ido a verla un «amigo» a las diez de la mañana, o habría pasado la noche con ella? Por alguna razón la sola idea lo puso de mal humor, y aquello lo irritó profundamente.

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