lunes, 3 de junio de 2019

Recuerdos: Capítulo 42

Diana adoptó una expresión incrédula.

—¿Has oído eso, Francisco?

—Claro que sí. Y le haremos cumplir su palabra aunque tengamos que llevarle atado como a un cerdo.

Pedro sonrió. Pero su repentino buen humor no engañó a Paula. Algo le dijo que si sus miradas se encontraban, ella vería un reflejo asesino en los ojos de Pedro. De todas formas no había vuelto a mencionar la fiesta hasta esa misma mañana, cuando le dijo que estuviera lista para las seis. Y en esos momentos, mientras apartaba la mirada de él, Paula suspiró y empezó a dirigirse hacia la entrada lateral de la casa. Mientras sorteaba las mesas, pensó que la noche era maravillosa. El aire olía a fresco y dulce. Las estrellas cubrían el cielo. Había farolillos colgados en los árboles que rodeaban una pista de baile colocada en el medio del inmenso patio. Una banda y un cantante tarareaban una balada, mientras las parejas, abrazadas, se balanceaban al compás de la música.

Cuando Pedro y ella llegaron, la fiesta estaba en pleno apogeo. Diana había ido a saludarlos y presentó a Paula a las otras parejas. Al instante le dieron la bienvenida, aunque se dio cuenta de que Pedro era el que llamó más la atención de varias mujeres sin pareja. Diana había insistido en que comieran. Había muchas cosas dispuestas en una larga mesa. Paula había tomado un poco de cada y Pedro mucho de todo. Ella había llegado de buen humor, ya que él había estado hablando durante todo el camino. Hablándole de su rebaño y los progresos que estaba teniendo. También le había hablado del becerro que nacería en poco tiempo. Los días que habían precedido a la fiesta no habían sido demasiado malos. Pedro la había llevado a montar a caballo y había dejado que le contemplase a él y a Santiago, un ayudante, mientras trabajaba en el granero.

Pero cuando llegaron a la fiesta, el humor de Pedro cambió. Y no había sido para mejor. él no había querido acudir y se había asegurado de que todo el mundo lo supiera. Paula seguía pensando en ello cuando entró en la cocina. Se detuvo de repente. En lugar de entrar en la cocina de Diana, otra cocina apareció frente a sus ojos, una cocina de colores naranjas y amarillos. ¿Su cocina? Pestañeó varias veces hasta que se le aclaró la visión.

—Paula, ¿Qué te ocurre? —le preguntó Diana—. Parece que acabes de ver un fantasma.

—A lo mejor sí… mi pasado.

Diana dejó sobre el mostrador un cuenco con ensalada de patatas y agarró a Paula de la mano.

—Ven, siéntate. Eso no tiene sentido.

—Sí lo tiene —dijo muy excitada sentándose—. Al entrar aquí, una imagen de mi cocina apareció frente a mis ojos. He podido ver todos los detalles con claridad.

—¡Son noticias estupendas! ¿Se lo vas a contar a Pedro?

—Aún no.

—¿Se lo dirás?

—Sí, pero en este preciso momento voy a pedirle que baile conmigo —dijo Paula, sorprendida ante sus propias palabras—. Francisco me ha retado, ya sabes.

¿Había sido el reto lo que la había impulsado a tal locura? Diana se rió.

—Buena suerte.

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