lunes, 10 de junio de 2019

Recuerdos: Capítulo 58

—Si quiere esperar a su hija dentro, adelante. Yo tengo que trabajar.

Él pretendió que su rudeza fuera como una bofetada en la cara, y lo consiguió. Si alguien necesitaba que se le bajaran un poco los humos, era esa dama.

—Gra… cias —dijo en un tono altanero aún—. Puedo asegurarle que en cuanto mi hija regrese nos marcharemos de su casa.

La única respuesta de Pedro fue dar unas palmaditas a su caballo y mirar cómo el animal movió la cola en respuesta.

—Adiós, señor Alfonso —dijo con la cara tensa—. No le molestaremos más.

Pedro se quitó el sombrero.

—Sí, señora.

Cuando ella estuvo fuera de vista, Pedro pensó seriamente en subir a su camioneta, ir al bar más cercano y emborracharse. Pero sabía por experiencia que no resolvería nada así, y con trabajo manual sí. Entró en el granero y agarró sus herramientas. Se quitó la camisa y se subió al tejado. Mientras trabajaba con el martillo, se recordó a sí mismo que él no era un estúpido que creyese en el amor a primera vista. El amor no podía crecer y madurar a menos que dos personas se entendieran y se aceptaran. Era cierto que él era un hombre con grandes apetitos sexuales, pero no lo consideraba como la piedra angular del amor. Lo que era más duro de digerir, era que una vez hubo tomado a Paula, ella pareció considerarle como algo más que un simple compañero de cama, como a una persona digna de respeto. En silencio, pensó que a lo mejor había una oportunidad para ellos. Pero con la inoportuna llegada de Alejandra Chaves, las esperanzas secretas que él pudiera haber abrigado, quedaban destrozadas. La triste realidad, le abofeteó de nuevo… no tenía nada que ofrecerle a Paula, excepto a sí mismo, y eso no era suficiente.

Pedro oyó la puerta de otro coche e inmediatamente bajó del tejado. Paula había regresado. Le vió, e igual que había hecho su madre, se dirigió hacia él.

—¿Qué haces? —preguntó.

Pedro no respondió. Sus miradas se encontraron. Paula se pasó la punta de la lengua por los labios, humedeciéndolos. Él se acordó de esa lengua, que había penetrado en su ombligo, y había descendido… Pedro bajó la mirada.

—Tienes visita.

—¿Visita?

—Sí.

—¿Quién?

—Tu madre.

Paula se quedó blanca.

—¿Mi madre… aquí?

—Sí —respondió Pedro con tono de burla—. Y ha venido para rescatar a su hijita.

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