lunes, 3 de junio de 2019

Recuerdos: Capítulo 44

Pedro no respondió.

—¿Pero… por qué?

—Para ocuparme de un pequeño asunto.

—No… entiendo.

—Entenderás.

Paula había abierto la boca para seguir hablando, cuando él la tomó y la apretó contra su cuerpo.

—Desde anoche, he estado deseando esto. Y esta noche…

—No hables —dijo Paula sin aliento pasando sus manos tras su nuca—. Sólo bésame.

Por un segundo, Pedro pareció vacilar, pero entonces, con un gruñido, tomó sus labios con ansiedad. Colgada a él, Paula se entregó al calor abrasante de su boca, a la hambrienta invasión de su lengua. Ella se retorció entre sus brazos y sus pechos se clavaron en el de él. La carne entre sus muslos cobró vida, y sintió en el estómago una sensación como si estuviera descendiendo a toda prisa en un ascensor. Sabía que era una locura, pero le deseaba. E igualmente de repentino, Pedro separó sus labios de los de ella, respirando con dificultad.

—Pedro…

—No me mires así —dijo con voz extraña.

—No… no entiendo. Tú…

No pudo continuar, se sintió mareada.

—¿No sabes que o paramos ahora o no pararemos? Y no creo que tú quieras que hagamos el amor en esta camioneta, como si fuéramos dos animales en celo.

Las palabras de Pedro le sentaron como un puñetazo en el estómago. Se echó hacia atrás e intentó decir algo. Pero no hizo falta; sus ojos afligidos hablaron por ella. Pedro se giró como si no pudiera soportar lo que vió en ellos.

—Créeme. Más tarde me darás las gracias.

Dentro del camión se hizo el silencio. Y cuanto más tiempo permanecieron así, más aumentó la tensión. Paula le sentía a su lado con cada fibra de su ser, y ardía por él. Cerrando los ojos, inhaló su aroma, deseando tocarle de nuevo. Le miró de reojo. Él la estaba mirando. Un músculo temblaba en su mandíbula. Ella tenía que romper ese silencio o gritaría.

—¿Qué… qué querías preguntarme?

—Quiero llevarte a dar un paseo en el pequeño avión de Francisco.

Ella no sabía qué había esperado, pero no había sido eso.

—No.

—Tienes que volar de nuevo, y yo también. Además, he pensado que a lo mejor te ayuda a recuperar la memoria.

—Te odias a tí mismo por… desearme, ¿Verdad?

El repentino cambió de tema le dejó pasmado, pero no lo demostró.

—Sí.

Ella se mordió el labio inferior para no llorar. Y una vez más, el silencio se cernió sobre ellos. Finalmente, Stephanie se giró hacia él y dijo:

—De acuerdo. Subiré contigo en el avión.

—¿Qué te ha hecho cambiar de idea?

—Cuanto antes recupere la memoria, antes podré marcharme.

—Y lo estás deseando, ¿verdad?

Las lágrimas asomaron a los ojos de Paula y habló con voz temblorosa.

—Sólo porque es lo que tú quieres.

Él la miró como si fuera a abrazarla de nuevo. Paula se quedó sin respiración. Pero en lugar de tocarla, arrancó el camión y volvió a la carretera.

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