viernes, 7 de junio de 2019

Recuerdos: Capítulo 55

Ella no pudo ayudarle; le pasaba lo mismo.

—Sin protección… Pero anoche… perdí el control.

—Lo sé.

—Entonces, supongo que es posible…

—No creo.

Él pestañeó.

—¿Estás segura?

—No era el día del ciclo apropiado.

Él se relajó visiblemente, pero sin apartar sus ojos de su cara. Incapaz de estar a su lado sin tocarle, Paula dijo:

—Mira, tengo que marcharme.

Pasó por su lado, y se dirigió a la puerta. Los dos se comportaron con mucha cautela. Pero eso no disminuyó la tensión. Cuando estaban en la misma habitación, una mirada, un roce y sus emociones se desbordarían de nuevo. Ella trató de estar alejada de él todo lo que pudo, fomentando así sus miedos e inseguridades. Y él hizo lo mismo. Para aliviar sus ansiedades, Paula se dedicó a dar largos paseos e incluso a correr varios kilómetros. Un día, Diana fue a rescatarla, la llevó a un enorme mercadillo en Canton donde ella encontró varias piezas de joyería y se las envió a Laura. Se sentía bien volviendo a su trabajo, que era lo que más amaba. O lo que más había amado. En el instante en que la boca de Pedro recorrió su cuerpo, ella supo que nunca le olvidaría. Pero sus sentimientos hacia él iban más allá de lo puramente físico, aunque tenía que admitir que nunca le habían hecho el amor de manera tan intensa, tan deliciosa, tan experta. No había sentido nada igual durante las contadas ocasiones en las que hizo el amor con David. Y él nunca se había tomado con su cuerpo las libertades que ella le había permitido a Pedro. Al acordarse de lo que le había hecho con la lengua y la boca, se sonrojaba. Pero aparte de tocar su cuerpo, también había tocado otro aspecto de ella; había tocado su corazón. Estaba enamorada. Por primera vez en su vida se había enamorado. ¿Entonces merecía vivir feliz para siempre? No. ¿Por qué? Porque había elegido al hombre más testarudo y orgulloso de la faz de la tierra, que no estaba interesado en mantener una relación duradera con una mujer. Pero había una cosa de la que estaba segura: no iba a salir de su vida hasta que él se lo dijera. Ese día, mientras esperaba a que Lautaro la viera por última vez, estaba pensando en eso.

—Bueno, jovencita, ¿Cómo estás? —preguntó Lautaro entrando de repente en la pequeña habitación.

Ella sonrió, contenta ante la interrupción.

—Bien.

—Bueno, vamos a echar sólo un vistazo.

Los dos permanecieron en silencio mientras el médico la examinaba.

—Estás en perfecto estado.

—¡Oh, son estupendas noticias!

—Ya eres libre para continuar con tu vida.

Si eso fuera cierto… pensó Paula sintiendo una punzada en el estómago. Pero su vida nunca volvería a ser la de siempre. Pedro Alfonso se había asegurado de ello.

1 comentario: