miércoles, 19 de junio de 2019

Recuerdos: Capítulo 66

—¡No te lo vas a creer!

Paula se volvió desde el archivador y miró a Laura Gentry.

—¿El qué?

Estaban en la pequeña oficina de Paula. Ella había estado intentando hacer todo el papeleo, pero como de costumbre, le costaba trabajo concentrarse.

—La señora Hoffman compró ese mantel de Battenbury y las servilletas a juego.

Las pecas que tenía Laura en la nariz realzaban más sus rasgos traviesos.

—Esa vieja tacaña finalmente ha escupido algo de dinero —añadió.

Paula hizo una mueca.

—No deberías hablar así de la señora Hoffman.

—¿Por qué? —preguntó Laura sonriendo—. Es la verdad, y tú lo sabes.

Una sonrisa encendió el rostro de Stephanie.

—¿Pagó en metálico?

—Exactamente así —Laura se detuvo e inclinó la cabeza un poco—. ¿Sabes que es la primera vez que te he visto sonreír desde hace dos meses?

Paula suspiró.

—Lo siento. Debo haber sido peor que un dolor de estómago.

—Eh, no tienes que disculparte. Sé que estás pasando por un infierno privado. Sólo desearía poder hacer algo por ayudarte.

—Lo has hecho. Te has ocupado de la tienda y has sido mi amiga.

Paula le había hablado a Laura de Pedro porque no había podido mantenerlo para sí durante más tiempo.

—Ha sido un placer hacer las dos cosas.

Paula respiró profundamente y cambió de tema.

—¿No hay algo que tengo que hacer esta tarde?

—Sí. Una reunión con la casa de empeños de Lufkin sobre ese collar granate.

—Es cierto. Y he de marcharme dentro de poco.

Discutieron otros aspectos del negocio y Laura se marchó. Paula se quedó mirando su mesa, pensando que debería ordenarla. Pero no lo hizo. Se dirigió a la ventana y miró hacia fuera. En lugar de ver los altos edificios que se alineaban en las calles de la ciudad, ella vio altos árboles, un prado con flores salvajes y ganado. Y en medio de todo, vió un caballo y un jinete. Sin esfuerzo, se imaginó a Pedro frente a ella. Su cara era tan real que pudo apreciar las pestañas espesas, los labios sensuales diciendo palabras que ella no podía entender. De repente, un pánico inexplicable se apoderó de ella. ¿Conseguiría alguna vez llenar ese vacío que él había dejado en su vida? Cerró los ojos y dejó que la tristeza la inundara. Después de regresar a su apartamento de Houston, había estado furiosa y con el corazón destrozado a la vez. Pero había sido la furia lo que al final le dió el coraje para mandarle al diablo. Si él no la quería a ella, ella no le quería a él. Y también había pensado que quizá había algo de verdad en lo que Pedro había dicho. A lo mejor ella pertenecía a la ciudad, a las luces brillantes, las fiestas, el ruido y los amigos animados.

 Pero todo era mentira. Completamente mentira. Cuando ella no podía trabajar, tras pasar las noches soñando con él, con sus besos, sus gemidos cuando la tomaba, a veces tierno y a veces salvaje, sabía que no pertenecía más a aquel lugar. Le pertenecía a él. Y sin él, su vida era como una concha vacía. Pero aún, entre el dolor y la desesperación, había tenido la esperanza de que él recobrase el buen juicio y se diera cuenta de lo que estaba echando por la borda. Pero cuando las horas se hicieron días y los días meses, sus esperanzas se desvanecieron. Con sus amigos, incluyendo a Diana Liscomb, que había ido a verla un par de veces, sus clientes y su madre, se había hecho la dura. Pero no había engañado a nadie. Incluso Alejandra había suavizado sus modales y parecía realmente preocupada por ella. Y con razón, porque ella trabajó con más tesón. El trabajo era lo único que la hacía resistir, levantarse cada mañana. Y aunque la cuenta del banco de Colecciones de Paula reflejaba su duro trabajo, a ella le dolían todos los huesos, apenas comía y la soledad era como un veneno que la iba carcomiendo. Pero sabía entonces, como supo antes, que había hecho lo correcto. A menos que él pudiera ofrecer amor, ella estaba mejor sin él. Y con el tiempo, Pedro no significaría para ella más que un extraño en la calle.

—Paula.

Sobresaltada, se giró.

—Lo siento —dijo Laura—, pero me dijiste que te recordara lo de tu reunión.

—Gracias. Ya me voy.

Minutos después, bolso en mano, enderezó los hombros y salió a la calle.

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