miércoles, 5 de junio de 2019

Recuerdos: Capítulo 46

Su mente parecía un agujero oscuro y abierto; demasiados pensamientos luchaban por salir fuera. ¿Estaba soñando de nuevo? Gimió, se destapó, rodó de un lado a otro de la cama. ¿Qué le estaba sucediendo? Tenía que estar soñando… con el accidente… con Pedro… con el paseo en avión… Se sentó de golpe en la cama, apretando las sábanas contra sus pechos desnudos mientras miraba con ojos desorbitados la habitación.

—¡Oh, Dios mío! —susurró.

—Si no hay nada más, me marcho.

Pedro asintió a Santiago Williams, el hombre fuerte y delgado que le estaba muy agradecido por haberle dado una oportunidad de trabajar, aunque fuera sólo media jornada.

—Ya está todo.

—¿Me necesitarás la semana que viene? —preguntó Santiago desde la puerta del granero.

—Eso espero —dijo Pedro rascándose la nuca—. Aunque no te lo puedo asegurar. Francisco ha estado dándome la barrila para que empecemos a reparar este montón de basura.

—Bueno, avísame cuando me necesites.

—Y tú cuídate esa pierna.

—Lo haré.

Una vez solo, Pedro se secó la frente y recogió las herramientas. La valla de uno de los prados estaba rota y tenía que ser reparada antes de que se extraviara algún animal. Podía haber dejado que Santiago lo hiciera, pero él quería, necesitaba hacerlo por sí mismo, aunque Dios sabía que tenía muchas cosas más que hacer. Pero el trabajo manual era para él la mejor terapia mental. Paula. Siempre Paula. Esa bruja delgada de cabello negro había entrado en su vida y la había vuelto del revés. La mitad del tiempo no podía pensar, la deseaba demasiado. Pero no iba a ablandarse. Ya había cometido el error de tocarla. Hacerlo de nuevo sería destructivo. Había sido duro, especialmente aquella mañana, cuando había subido a Paula al avión. Había visto cómo su cara se ponía roja, luego blanca y luego gris. Y Pedro tuvo que reprimir el deseo de abrazarla y decirle que no pasaba nada. Y lo mismo le había ocurrido después, cuando, con el miedo y la inseguridad reflejados en sus ojos, entró en su habitación y cerró la puerta. De repente, su mano se detuvo, igual que sus pensamientos. Un sonido extraño llamó su atención y se giró. Una liebre estaba mirándole. Repitió el extraño sonido, y movió la cabeza, como si estuviera manifestando su desaprobación a la presencia de él tan cerca de sus dominios. Antes de que pudiera reaccionar, desapareció entre los árboles.

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