lunes, 24 de junio de 2019

Indomable: Capítulo 9

Así era como debía ser una mujer, se dijo deleitándose con su curvilínea figura. Estaba cansado de modelos escuálidas, por más glamour que tuvieran. Le recordaba a una pintura del Renacimiento de Adán y Eva en el Jardín del Edén. Como Eva, las suaves curvas de Paula eran sensuales y tentadoras. Se preguntó qué aspecto tendría desnuda, y se imaginó cerrando sus manos sobre aquellos deliciosos pechos que parecían melocotones maduros. La punzada de deseo que notó en la entrepierna fue tan inesperada como desconcertante. Aquella mujer no era su tipo, se recordó. La encontraba atractiva, sí, pero su personalidad enérgica y estricta le recordaba a la directora del internado inglés al que lo habían enviado a la edad de seis años, y su predisposición a sacar conclusiones precipitadas lo irritaba profundamente. La voz de la enfermera lo sacó de sus pensamientos.

–Aun así creo que debería haber hecho tiempo para venir a visitar a su abuela –dijo en el mismo tono desaprobador–. Si lo hubiera hecho se habría dado cuenta de que la asistenta no estaba aquí. Entiendo que sea un hombre muy ocupado, señor Alfonso, pero sé de buena tinta que no está siempre trabajando. Su abuela guarda recortes de periódicos y revistas sobre usted, y la semana pasada me enseñó uno con una foto en la que se le veía en las pistas de esquí de Val-d’Isère, en Francia –abrió un armarito y sacó tres tazas de porcelana con sus platillos antes de volverse hacia Pedro–. En mi opinión…

–No me interesa su opinión –la cortó él–. Y mucho menos en lo que se refiere a mi vida privada.

Pedro apretó los labios, intentando controlar su enfado. Se preguntaba qué pensaría aquella entrometida doña perfecta si le dijera que el motivo de aquel viaje a Francia había sido intentar ayudar a Diego, el hijo ilegítimo de su padre, un hermanastro cuya existencia había ignorado hasta poco antes de su muerte.

–Mi vida privada no es asunto suyo.

–Cierto –concedió Paula–, pero la salud de su abuela sí lo es. Me preocupa su seguridad, y tengo la impresión de que no está comiendo bien. Si las cosas siguen así tendré que dar parte a los servicios sociales.

Por el peligroso brillo que relumbró en los ojos de Pedro supo que lo había enfadado de nuevo al hablarle sin pelos en la lengua. No era la primera vez que le había ocurrido; la gente solía ponerse a la defensiva cuando se les recordaba sus responsabilidades con un pariente enfermo. Pues peor para él, se dijo, alzando la barbilla para responder a su mirada intimidante. Se había encariñado con Sara, y le espantaba imaginar que pudiese caerse y quedarse tirada en el suelo porque no tenía a nadie que pudiera auxiliarla. Igual que le había pasado al señor Jeffries.

–Su abuela necesita ayuda –le dijo con fiereza–. Es inaceptable que la abandone a su suerte mientras usted se dedica a trotar por el mundo… ya sea por negocios o por placer.

En la fotografía tomada en Val-d’Isère aparecía con una atractiva rubia, que sin duda habría hecho con él algo más que esquiar. A Pedro se le agotó la paciencia y soltó una palabrota entre dientes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario