miércoles, 26 de junio de 2019

Indomable: Capítulo 13

Sin embargo, volvía a sentirse culpable por no haberla visitado antes, por lo que le hubiera podido ocurrir. Pero no había querido dejar a su padre, a quien le quedaba poco tiempo de vida, y después había estado ocupado poniendo en orden sus asuntos y buscando a su amante, la madre de su hermanastro.

–He tenido mucha suerte con la enfermera tan encantadora que me han asignado –continuó su abuela–. Ha sido Paula quien ha estado haciéndome la compra. Yo no necesito mucho: leche, pan, y poco más, pero tengo que dar de comer a Tom; no puede pasar sin sus tres comidas al día.

–Es el gato mejor alimentado de toda Northumbria –comentó Paula con sorna–. Tú también deberías hacer tus tres comidas al día, Sara.

Había un afecto sincero en su voz, y la sonrisa que le dedicó a su abuela era notablemente más cálida que las miradas gélidas que le dirigía a él. Aunque detestaba admitirlo, esa máscara de aparente frialdad hacía que le picara la curiosidad. No era ese el efecto que solía tener en las mujeres. Siempre resultaba demasiado fácil; nunca había conocido a una mujer que representase un reto para él. Volvió a mirar a Paula, se quedó un instante mirando sus labios, y de pronto se imaginó tomándolos con los suyos y explorando hasta el último rincón de su boca con la lengua. Ella, que seguía sentada en el sofá curándole la mano a su abuela, alzó la vista en ese momento, y a Pedro lo sorprendió notar que una ola de calor afloraba a su rostro. ¡Dio!, la última vez que se había sentido azorado por algo había sido a sus catorce años, un día que el director del internado lo había pillado mirando una revista con fotos de mujeres ligeras de ropa. Maldiciendo para sus adentros se levantó, y fue hasta la ventana para mirar fuera mientras intentaba controlar su libido.

Paula terminó de vendar de nuevo la mano de Sara.

–La quemadura se va curando bien, pero aún hay riesgo de infección, así que tendrás que llevar la venda unos cuantos días más. Vendré a verte otra vez el lunes para cambiártela –le dijo levantándose.

Se puso tensa cuando Pedro regresó junto a ellas, y aunque evitó mirarlo, no podía ignorar su abrumadora presencia, y vio con espanto que le temblaba la mano cuando fue a tirar de la cremallera de su maletín para cerrarlo.

–Ha empezado a nevar de nuevo –comentó Pedro–. Quizá no sería mala idea que se quedase a pasar la noche aquí, Paula.

El oírle pronunciar su nombre hizo que un cosquilleo le recorriera la espalda. Inspiró profundamente y esbozó una sonrisa educada.

–Le agradezco el ofrecimiento, pero tengo que volver a casa.

Pedro frunció el ceño. Se los había imaginado a los dos sentados frente al fuego cuando su abuela se hubiese ido a la cama, tomando una copa, mientras desplegaba ese encanto con el que siempre se ganaba a las mujeres. La negativa de Paula acababa de hacer añicos su fantasía, pero también despertó su curiosidad.

–¿La espera alguien?

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