lunes, 3 de junio de 2019

Recuerdos: Capítulo 45

El cielo estaba perfecto. Le recordaba a Paula a un zafiro al que se hubiera sacado brillo hasta alcanzar todo su esplendor. Podía extender la mano y tocarlo; sabía que podía. Pero tenía miedo de intentarlo. Así que se quedó atada al asiento del pequeño y ruidoso avión con el corazón en la garganta. Había estado en lo cierto al pensar que le costaría muchísimo trabajo entrar en ese feo artefacto. Cuando Pedro fue a ayudarla, surgió en su interior un miedo que le dejó las piernas paralizadas. Paula tragó saliva y se humedeció los labios resecos.

—Vamos.

Llevaban en el aire varios minutos antes de que Pedro se girara y le dijera:

—No es tan horrible, ¿Verdad?

—Sí —susurró Paula, mordiéndose el labio para evitar que le castañeasen los dientes.

Pedro la miró preocupado.

—¿Te vas a marear?

—No… no lo creo.

—Supongo que no podrás mirar abajo. Los árboles y las flores son dignos de ver.

Paula se humedeció los labios.

—Estoy… segura de que lo son, pero si a tí te da igual, prefiero verlos cuando esté abajo.

Pasado un momento, Pedro preguntó:

—¿Recuerdas algo?

—No —respondió Paula descansando los ojos en él.

En ese momento se dió cuenta de que él también tenía los labios secos. ¿Cómo podía haber sido tan insensible? Pedro había pasado por el mismo infierno que ella, o peor, porque él había estado consciente durante la horrible prueba.

—¿Y tú? ¿Estás bien? —le preguntó.

—Me sentía un poco inseguro al principio, pero ya no.

—Si al menos algo se ordenara en mi cabeza…

Paula dejó de hablar y trató de poner remedio a su desesperación haciendo estragos en su interior, pero sin efecto. Tenía ganas de llorar.

—Será mejor que dejes de castigarte o nunca recordarás.

Pedro empezó a descender para aterrizar, pensando que Paula había tenido suficiente. Cuando estuvieron en el suelo, estaba a punto de llorar.

—¿Estás segura de que estás bien?

—No, no estoy segura de nada.

—Cuando lleguemos a casa, deberías echarte un rato.

—¿Y qué pasa con Francisco y Diana?

Con el rabillo del ojo, Paula vió a los Liscomb acercarse al avión.

—Lo entenderán. Adelántate y sube al camión. Yo se lo explicaré.

Paula le dirigió una sonrisa de agradecimiento. Él se quedó mirándola durante unos segundos y luego se volvió hacia Francisco y Diana.

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