viernes, 28 de junio de 2019

Indomable: Capítulo 18

–Ya lo veo, cariño –murmuró, preguntándose cómo habría quedado la cocina.

Valentina se detuvo a su lado y se quedó mirando a Pedro con curiosidad.

–¿Tú también eres un agente nobiliario?

–Lo que quieres decir es un agente «inmobiliario» –la corrigió Paula.

Pero Valentina no apartó la mirada de Pedro. Era curioso que, a pesar de que por lo general era una niña tímida, no parecía intimidada por la presencia de aquel extraño. Paula comprendió por qué cuando volvió a mirar a Pedro y vió la encantadora sonrisa en sus labios.

–Hola, Valentina –su profunda voz sonó más aterciopelada que nunca–. No, no soy un agente inmobiliario; soy un amigo de tu mamá.

¿Desde cuándo?, habría querido preguntar Paula. Valentina, sin embargo, pareció satisfecha con esa explicación.

–¿Y cómo te llamas?

–Pedro.

Para sorpresa de Paula, Valentina sonrió a Pedro.

–Mamá y yo hemos hecho magdalenas. Puedes comerte una si quieres.

Aquel hombre sería capaz de encantar a las serpientes con esa sonrisa, pensó Paula irritada.

–Cariño, no creo que… Pedro tenga tiempo ahora mismo. De hecho, ya se marchaba –dijo lanzándole a este una mirada incisiva.

Él esbozó una sonrisa y sus ojos brillaron divertidos antes de volver a centrar su atención en Valentina.

–Me encantaría probar una de tus magdalenas si a tu mamá no le importa.

–Claro que no le importa –le aseguró la niña–. Te traeré una.

–Me parece que antes deberíamos limpiarte un poco –le dijo Paula. Decidida a tomar las riendas de la situación, abrió la puerta del salón y le dirigió a Pedro una mirada de pretendida indiferencia que no logró disimular su irritación–. ¿Por qué no esperas aquí sentado?

–Gracias.

Cuando pasó a su lado para entrar en el salón, se rozó brevemente con ella, y una corriente eléctrica recorrió el cuerpo de Paula, provocándole un cosquilleo en la piel. ¿Cómo sería estar entre sus brazos, apretada contra su pecho, contra sus muslos? Las mejillas de Paula se tiñeron de rubor, y se apartó de él con tanta violencia que se golpeó la cabeza con el marco de la puerta.

–Eh… cuidado… –murmuró Pedro, como si estuviese apaciguando a una yegua nerviosa. Sus ojos ambarinos escrutaron su rostro, como pensativos–. No iría mal un café con la magdalena. Solo; sin azúcar.

¡Lo que daría por borrar esa sonrisa arrogante de sus labios!, pensó Paula furiosa mientras se alejaba hacia la cocina detrás de Valentina. Por lo general era una persona muy calmada, pero Pedro Alfonso la sacaba de sus casillas. Le haría esa taza de café e insistiría en que se marchase.

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