viernes, 31 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 40

Debería estar avergonzada. Estaba avergonzada. Pero aun así, no había querido que él parara. Y eso la asustó, la hizo correr. Para empeorar las cosas, cuando esa mañana le vió en la cocina, había deseado arrojarse en sus brazos. ¿Debería marcharse? ¿Ir a casa de Diana? La cabeza le decía que sí, y el corazón que no.

—Menudo lío —murmuró antes de ponerse de pie y dirigirse al armario.

Justo en el momento en que levantó la cafetera, algo brillante fuera llamó su atención. Miró por la ventana y vió la furgoneta de Francisco. Las dos puertas se abrieron, y Francisco y Diana salieron. Paula gimió. Aunque disfrutaba de la compañía de Diana, ése no era un buen momento. No sólo se sentía fatal, sino que tenía un aspecto horrible, lo que provocaría preguntas que ella no quería responder. Pero como no podía ser grosera, no le quedaba otro remedio que ser cordial con Diana, que se dirigía hacia la casa mientras Francisco se encaminaba hacia el granero. Cinco minutos después, Diana estaba sentada a la mesa, bebiendo café y parloteando sin parar.

—Espero que no te haya molestado que haya aparecido aquí tan temprano, pero Francisco pensó que a lo mejor Pedro quería comenzar a reparar el granero.

—En absoluto. Yo estaba a punto de empezar a hacer algunas llamadas.

—Te sientes cada vez más frustrada, ¿Verdad?

—Me temo que sí.

Diana se estiró sobre la mesa y le dió un apretón en la mano.

—A lo mejor lo estás intentando con demasiadas fuerzas, sin concederte tiempo suficiente. Sólo ha pasado… ¿Una semana, una semana y media?

—Más o menos, pero me ha parecido una eternidad.

—Bueno, pues como yo lo veo, lo que necesitas es una fiesta.

Paula levantó las cejas.

—¿Una fiesta?

—Exacto. Nuestro club de baile organiza uno mensualmente, y esta vez toca en nuestra casa. Y será una gran fiesta.

—Estoy segura.

—Nos encantaría que vinieran.

El pensamiento de moverse con Pedro al compás de la música… La alarma se reflejó en los ojos de Paula.

—¡Oh, no! No podría.

—No tienes que bailar si no quieres. Hay otras muchas cosas que hacer.

—¿Como cuáles?

Diana se rió.

—Comer.

—Mmm, suena bien.

—Me alegra oírte decir eso. No te vendría mal algo de peso.

—Lo mismo que dice Pedro.

Diana la miró de forma extraña, pero lo que pensara, no lo dijo, para el alivio de Paula.

—Aparte de una barbacoa, habrá pescado frito, perritos calientes y patatas fritas.

—¿Cuántas personas van a ir? ¿Quinientas?

—No, sólo un puñado. Nuestro club es pequeño, pero todos son muy comilones.

—Parece divertido.

—Entonces vengan, Pedro y tú.

—¡Oh, no…! No creo…

Aunque su voz decayó, sus pensamientos no. Las posibles consecuencias de bailar con Pedro, ser estrechada contra su cuerpo, moviéndose al ritmo de la música, era algo en lo que no podía soportar pensar.

—Tenía la esperanza de que tú convencieras a Pedro —dijo Diana con tono decepcionado—. Las dos sabemos que tiene la mollera dura de pelar. Desde que llegó aquí, hemos estado intentando que se uniera a nuestro club para que pudiera conocer a sus vecinos. Pero siempre se ha negado, y no hemos podido persuadirle.

—No me sorprende.

—A mí tampoco, pero eso no significa que no pueda cambiar. Además, te haría bien a tí. Al menos pondría algo de color en tus mejillas.

—Bueno… lo pensaré. Pero no puedo hablar por Pedro.

—Estupendo. Mientras tanto, ¿Por qué no vienes de compras conmigo? Tengo un montón de cosas que comprar. A mí me vendría bien tu compañía y a tí el cambio de ambiente. ¿De acuerdo?

—Debería empezar a hacer las llamadas…

—¡Oh, vamos!

Paula no sabía qué hacer. Pero aunque sentía la urgente necesidad de tratar de averiguar su identidad, quería tomárselo con calma. Así que al fin venció la última sugerencia.

1 comentario: