miércoles, 8 de mayo de 2019

Paso a Paso: Capítulo 58

—Vamos.

Con el fin de evitar los arbustos, tuvieron que avanzar más lentamente de lo que hubieran deseado. Aun así, Paula no estaba preparada cuando una rama le golpeó el brazo.

—¡Aaay! —gritó.

Pedro se detuvo en seco y se volvió.

—¿Qué ocurre? —la preocupación teñía su tono.

—Nada —consiguió decir Paula, mareada de dolor—. Estoy bien. Me he dado con una rama, eso es todo. Por favor, démonos prisa.

—Espera un momento —le advirtió Pedro, tomándola por el hombro—. Si te caes y te haces daño, ¿De qué le servirá a tu padre?

Paula entrecerró los ojos contra el sol.

—Sí, pero es que tengo mucho miedo.

—Lo sé —murmuró Pedro suavemente—. Lo sé.

Finalmente, atravesaron el último grupo de árboles. Miguel Chaves, flanqueado por la enfermera y el administrador estaba de pie en mitad del claro.

—Gracias a Dios —sollozó Paula, sonriendo a Pedro.

Pedro le acarició la mejilla dulcemente.

—Bueno, ¿A qué estás esperando? Ve a darle un abrazo.

Un rato después, Miguel estaba de vuelta en su habitación, sentado en su sillón favorito junto a la ventana. Paula estaba de pie junto a él, mientras Pedro los miraba desde la pared donde estaba apoyado.

—¿Cuánto tiempo lleva así? —le preguntó.

Una sonrisa triste apareció en el rostro de Paula.

—Siempre.

Pedro enarcó las cejas. Paula suspiró cuando sus ojos se encontraron.

—Es una exageración, por supuesto. Sé que esto suena terrible, pero cuando trato de recordar lo vivo y lo atractivo que era, me resulta imposible —sus ojos le suplicaban comprensión a Pedro—. Cuando estoy en casa y trato de recordar los buenos ratos que pasamos juntos, se me aparecen borrosos. Lo único que veo es el estado en que se encuentra ahora y eso me parte el corazón.

La expresión de Pedro era de sombría comprensión.

—Imagino lo duro que debe ser ver a alguien a quien has amado convertido en esto.

—Lo peor es que no va a mejorar nunca. Sólo puede ir a peor.

Por un instante, se produjo el silencio. Luego Pedro preguntó:

—¿Estás segura de que está en el sitio adecuado?

—Lo mejor que se puede comprar con dinero.

—Entonces ¿Cómo diablos han dejado que se pierda?

Paula frunció el ceño. ¿Cómo se había perdido? Miguel Chaves había hecho lo que muchos otros pacientes de Alzheimer hacían; se había echado a andar sencillamente y se había perdido como un niño. Todo el personal se había mostrado desconsolado, y no habían dejado de presentarle excusas. Pero aquello, sin embargo, no había servido para aliviar su mente preocupada. Como si sintiera su agonía, Pedro alargó una mano y le rozó el hombro. Cuando habló, su tono era menos duro.

—Lo siento, no quería…

Ella le interrumpió.

—No te disculpes. Tienes razón. Yo me estaba preguntando lo mismo.

—Me sentiría mejor si tuviera protección las veinticuatro horas.

Ella evitó su mirada.

—Eso no hace falta decirlo, pero no puedo permitirme el lujo.

—Bueno, yo sí —dijo él secamente.

Los ojos de Paula buscaron los de él con expresión incrédula.

—¿Harías eso por mí?

Él permaneció impertérrito.

—Sí, haría eso por tí.

Paula se lamió los labios.

—Te… te lo devolveré, naturalmente. De alguna forma.

—Olvídalo —dijo él ásperamente.

—Yo…

—He dicho que lo olvides.

Ella decidió hacer lo que le decía.

—Bueno, me voy a la oficina —dijo Pedro entonces—. ¿Estarás bien?

Paula sonrió.

—Muy bien.

—¿Segura?

—Segura.

Él le dirigió una lenta y larga mirada, y luego se acercó a ella.

—Llámame si me necesitas —dijo con voz ronca.

—Lo… haré.

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