miércoles, 15 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 1

A lo lejos se oía llorar a un bebé. Más cerca, dos adolescentes se besaban con pasión. Una voz aburrida zumbó en los altavoces, anunciando los vuelos. Pedro Alfonso no prestó demasiada atención a lo que sucedía a su alrededor. Estaba intentando abrirse paso entre el gentío que había en el aeropuerto de Little Rock, Arkansas. Por primera vez en meses, si no años, caminaba deprisa. Muchas horas en la silla de montar y de trabajo manual le habían proporcionado una gran energía, aunque no malgastaba demasiado en sus movimientos. Nunca parecía tener prisa. Con una altura de uno noventa, sobresalía por encima del resto de las personas. Su peso era el justo; tenía un cuerpo musculoso y sin grasa. Gracias a Dios que el viaje hasta el rancho Diamond había merecido la pena. Le habían confirmado que iba por buen camino con la cría de su ganado Brahngus. Estaba firmemente decidido a hacer de él un rebaño productivo. Y pensar que no había querido hacer ese viaje… No le gustaba abandonar ni por un día su rancho al este de Tejas, pero si tenía que cruzar más ganado, no le quedaba otra opción, especialmente andando tan corto de dinero. Ya había gastado el poco capital del que disponía sin ninguna garantía.

—¡Oiga, tenga cuidado!

Pedro se detuvo, y se dió cuenta de que, inconscientemente, había golpeado a un pasajero con su bolsa.

—Lo siento —murmuró.

El hombre le miró enfadado.

—Sí, yo también.

Durante un instante, Pedro se sintió encolerizar, pero el buen juicio venció, y simplemente se encogió de hombros, le dió la espalda y se marchó. No se detuvo hasta que alcanzó la puerta que tenía el indicativo de su vuelo a Houston. Dejó caer su bolsa en una esquina desierta y se apoyó contra la pared. Pero le era casi imposible permanecer parado. Con impaciencia, se quitó su sombrero Stetson y se pasó la mano por su espesa cabellera castaña. Ese gesto logró calmarlo un poco. Se puso de nuevo el sombrero y dejó que sus pensamientos vagaran. Ese linaje de Brahngus podía ser el golpe de suerte que estaba esperando. Pero no debía dejarse llevar por el optimismo. Había fracasado en muchas cosas. De hecho, el fracaso había formado parte de su vida en tal medida que se había acostumbrado a él, como a un par de botas viejas. Nunca había conocido la seguridad completa ni el alivio duradero. Así que había adquirido el hábito de tomarse los breves momentos de bienestar exactamente así, como breves. Sabía que a ellos los seguían el caos y la derrota.

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