miércoles, 29 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 34

—Confío en Lautaro.

—Yo también, pero…

—¿Aún tienes… esas pesadillas?

Paula se humedeció los labios, y una vez más sus miradas se encontraron. Recordó de pronto la noche en la que había llorado en sus brazos. Él pensaba lo mismo, ella lo supo, al ver la expresión de sus ojos y su respiración agitada.

—Algunas veces.

Se quedaron mirándose un rato más, entonces Pedro se aclaró la garganta.

—¿Tienen algún sentido?

—Sí y no… una vez soñé con el accidente… Soñé que estaba ardiendo…

—Continúa.

—Eso es todo. Por eso estoy tan frustrada. Es como si estuviera ahí, pero no lo está.

—Bueno, yo creo que es una buena señal.

—Puede. Pero mientras tanto, necesito algo en que ocupar mi mente.

—Te dije que yo tenía que trabajar —dijo con censura.

Paula bajó la mirada. Se puso colorada.

—Lo sé… Es sólo…

—¿Recuerdas que mencioné hablar con las líneas aéreas y llamar a las tiendas de joyas?

Los ojos de Paula cobraron vida.

—Yo podría hacer algunas llamadas, ¿Verdad?

—Supongo que sí, ahora que te encuentras mejor.

—Seguro que podré encontrar un listín telefónico de Houston en la biblioteca.

Pedro se quedó mirándola en silencio.

—Te atrae mucho la idea, ¿Verdad?

—Te he dicho que me iba a volver loca sin nada que hacer.

—Hablando de algo que hacer… Tengo que volver al trabajo —dijo retirándose del árbol—. ¿Qué harás tú?

Las facciones de Paula se entristecieron al imaginarse el día largo que le quedaba por delante.

—Supongo que daré un paseo.

Pedro vaciló antes de hablar.

—Puede que… eh… podríamos ir a la ciudad esta noche, a ver una película… Si te apetece, claro.

Paula se quedó tan sorprendida que no estuvo segura de haber oído bien. Pero al ver la expresión de la cara de Pedro supo que sí. Parecía como si fueran a colgarle de un árbol en lugar de lo que había sugerido. Bueno, pues esa vez había hablado más de la cuenta. Ella esbozó una sonrisa radiante.

—Me encantaría. Me gustaría muchísimo.

Mucho rato después de que él hubiera regresado a sus quehaceres, ella seguía sonriendo.


Pedro estaba de mal humor. No se podía creer que se hubiera ofrecido a llevarla al cine. De nuevo, se insultó por haberse ido de la lengua, descargando su furia con la horca y las balas de heno. Acababa de llenar los sacos con bloques de sal para su distribución. Y aún tenso, había decidido empezar con el heno. Sin camisa, hundió la horca en la tercera bala, la levantó y la puso sobre otra. Sus músculos se tensaron. A lo mejor debía haber animado a Paula para que fuera a quedarse con los Liscomb. No sabía cuánto más podría soportar estar tan cerca de ella. Había pensado que ella era demasiado frágil, pero ya no estaba tan seguro. A pesar de su falta de memoria, era mucho más capaz que él para enfrentarse con las situaciones. La veía en su mente, de pie al lado de él, con la luz del sol calentando su piel blanca y dándole un tono de miel, una piel que era tan suave y perfecta como un diamante. Ardía en deseos de tocarla. Se sentía físicamente enfermo, y no era sólo por el celibato. La quería a ella. Pero no podía ser, y lo sabía.

—¡Olvídala, ella no merece la pena!

El sonido de su propia voz pareció calmarlo, y durante unos instantes pudo pensar racionalmente. Él no tenía nada que ofrecerle excepto una caída en un saco sin fondo. Y ella se merecía algo mejor. Y él también. Ella había trastornado su cabeza más de lo que nunca estuvo.

Se paró y tomó aire, entonces se secó la frente. Se guardó el pañuelo en el bolsillo y entonces oyó el grito. El miedo se apoderó de él. La sangre se le convirtió en agua y paralizó sus miembros. Entonces lo oyó de nuevo. Tiró la horca y salió a toda prisa del granero.

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