miércoles, 1 de mayo de 2019

Paso a Paso: Capítulo 42

—Estamos… estás a su merced. Lo único que puedes hacer es esperar.

—Sí, y eso es algo que hago muy bien.

—Lo… sé.

Ella se movió entonces, y a él llegó otra vez su aroma. Inhaló profundamente, dispuesto a llenar de él sus pulmones. Supo entonces que, o se iba en aquel mismo instante, o no se iba nunca. Paula parecía muy vulnerable, muy frágil, como si una leve brisa pudiera llevársela. El impulso de estrecharla entre sus brazos era tan fuerte que tuvo que hacer un esfuerzo supremo para controlarse.

—Será mejor que vuelvas a la cama —dijo él bruscamente—, antes de que te caigas al suelo.

—Lo mismo podría decirte —su voz, ronca y dulce, era como un vino exquisito.

—Ha sido un día terrible.

Ella asintió. Sus ojos se encontraron.

—Buenas… noches —susurró ella.

Paula estaba a medio camino por el pasillo cuando él la detuvo.

—Paula.

Ella se dió la vuelta.

—¿Estás… estás enamorada de mi hijo?

Pedro la oyó contener el aliento y supo que su pregunta la había conmocionado. Maldijo silenciosamente mientras ella se lo quedaba mirando con dureza un largo rato, con los rasgos como congelados. Luego, sin responder, se dió la vuelta y se alejó. En cuanto oyó su puerta cerrarse, él se apoyó contra la pared, sintiendo que la poca energía que le quedaba salía de su cuerpo. ¿Qué le había hecho aquella mujer? Se preguntó si conseguiría arrancársela de la mente alguna vez. Realmente lo había hechizado, despertando en él sensaciones que no había sentido en años. Su conciencia no dejaba de decirle que podía hacerle mucho daño a aquella mujer. Y ella a él. En cualquier caso, era todo un error. Un error fatal.

—Tú debes ser Paula.

Paula le sonrió a la mujer que se acercaba a ella. De unos setenta años, era delgada y frágil, aunque su rostro arrugado expresaba fuerza.

—Y usted debe ser la señora Alfonso —dijo Paula, extendiendo la mano.

Ella se la estrechó cálidamente.

—Por favor, llámame Ana.

—Pues Ana —dijo Paula desenfadadamente.

Había sentido curiosidad por la madre de Pedro, pero aún no había tenido el gusto de conocerla. Ahora deseaba que no fuera bajo unas circunstancias tan dolorosas. Aun así, Paula se alegraba de aquella pausa en la rutina. Desde aquel incidente con Pedro en el pasillo, habían transcurrido dos días. Excepto por las pocas horas que había pasado en su casa, supervisando la restauración, había estado en el rancho. Muchas horas las había pasado en la piscina, disfrutando del sol. Aquel día no era una excepción. Después del desayuno, había salido y había estado allí desde entonces. Pronto sería la hora del almuerzo. Al día siguiente, gracias a Dios, volvería al trabajo. El día anterior, el médico había considerado que ya estaba preparada para volver a asumir sus responsabilidades. Mientras tanto, sin embargo, la visita de aquella mujer de hablar suave era para ella un agradable relax. Pero Ana se sentía todo menos alegre. A Paula no le hacía falta que le dijeran que había envejecido desde que habían secuestrado a su nieto. Aunque estuviera sonriendo, sus ojos estaban llenos de una profunda tristeza.

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