miércoles, 15 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 3

No sabía qué le hizo pensar eso. No era porque el hombre estuviese vestido con ropa cara y pomposa, aunque Pedro tuviese la costumbre de burlarse de ese tipo de vestimenta. No era tampoco porque estuviese empezando a tener calvas, que disimulaba peinándose todo el pelo hacia un lado; eso simplemente le hizo sonreír con cinismo. Era su actitud; sí, eso era. Se creía mejor que el resto de las personas. La mujer se puso tensa y dió un paso atrás, pero no antes de que se hubiese entablado una calurosa discusión. Pedro pudo oír algunos fragmentos de su conversación, pero era obvio que los dos estaban enfadados, especialmente la mujer.

—Te estoy avisando —dijo el hombre.

Aunque el color asomó a las mejillas de la mujer, no se dejó intimidar. En lugar de ello se puso todo lo recta que permitía su altura, que Pedro estimó en poco más de un metro setenta, y miró al hombre directamente a los ojos. Pero no oyó su respuesta, porque la voz del altavoz anunció en ese momento otro vuelo. Lo que le dijera al hombre hizo que su expresión agria se pusiera aún más agria.

Después de mirarse el uno al otro durante unos segundos más, el hombre giró sobre los talones de sus zapatos excesivamente brillantes y se marchó. La mujer pareció debilitarse, pero se recompuso y adoptó una expresión que no mostraba el trastorno que Pedro estaba seguro había sentido en su interior. Y continuó su examen. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que una mujer despertó su interés por última vez? Él sabía la respuesta. Desde que su esposa entró en el hospital, después de que a él le hubieran apuñalado los intestinos, y le anunció que iba a dejarle. Diciendo una palabrota, trató de pensar en algo más agradable. No quería recordar ese período de su vida, en que casi se había vuelto loco y se había refugiado en la bebida para olvidar que había fracasado tanto en su trabajo como en su matrimonio. La herida que aún llevaba en el corazón no había cicatrizado lo suficiente como para poder permitirse ese lujo. Y se preguntaba si alguna vez lo haría. Pero tampoco quería fijarse en esa bella mujer. En muchos aspectos era como la desgraciada presumida que le había abandonado. El mundo y todo lo que en él había giraban a su alrededor. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Se consideraba un experto reconociendo a las mujeres de su tipo. Había vivido con una así. Era cierto, estudiándola con más detenimiento, le recordaba a su ex esposa, Mariana. Se dió la vuelta. No se permitiría interesarse por ella. No necesitaba una mujer. No en esos momentos, cuando había pasado un año y medio desde que había dejado la bebida y se había hecho cargo del rancho desvencijado que le había dejado su tío. Ese rancho le había hecho empezar una nueva vida. Se le infló el pecho de la satisfacción, y reprimiendo una sonrisa, se giró para mirar otra vez a la mujer.


Como si ella hubiera sentido que la observaban, miró de repente en la dirección de Pedro. Los ojos de ambos se encontraron. Durante unos instantes, fue como si una corriente caliente hubiera atravesado un iceberg. Ella sonrió. Él no. Pedro giró la cabeza con brusquedad y se concentró en el altavoz que anunciaba su vuelo. Tomó su bolsa y se la echó al hombro. Una vez a bordo, Pedro localizó sin problema su asiento, que daba al pasillo. Se abrochó el cinturón y trató de no pensar en lo que daría por un cigarrillo.  Ese deseo aumentó cuando levantó la mirada y vió a la mujer de pelo oscuro mirándole.

—Disculpe. Pero creo que el asiento de la ventanilla es el mío.

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