viernes, 31 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 36

Pedro salió por la puerta del granero y la vió. Y vió a la vaca. Empezó a correr. La alcanzó en el momento en que ella llegó al roble gigante. Sin decir palabra, ella se arrojó a sus brazos. Él sujetó su cuerpo tembloroso contra el suyo.

—¡Oh, Pedro! —dijo separándose, tragando saliva y luchando por respirar—. ¡Oh, gracias a Dios!… Gracias…

Una vez que dejó de tragar saliva, levantó los ojos suaves y empañados hacia él. En ese momento fue cuando algo se partió dentro de Pedro. Aún seguía conmocionado por el susto que se había dado cuando creyó que la valla la había lastimado. Pero al sentirla a ella, su miedo tomó un nuevo rumbo.

—¡Maldita mujer! ¿No tienes cabeza o qué?

Paula echó la cabeza hacia atrás. El pulso de su cuello palpitaba con fuerza.

—¿Qué?—dijo de forma apenas perceptible.

—¿Qué diablos estabas haciendo?

La furia de su voz la sacó a ella del estado aturdido en que se encontraba. Ella le devolvió el grito.

—¡Estaba hablando y mirando a un becerro, eso es todo!

—¡Es la cosa más estúpida que nunca he oído! ¡Podía haberte matado!

—¡A lo mejor esa sería la respuesta a mis problemas!

—¡Estupendo! ¡Realmente estupendo!

—¿Vas a dejar de gritarme?

—¡No! Deberías haber pensado antes.

La respiración de Paula era tan agitada como la de él, pero su furia mayor.

—¡Bueno, no lo hice! ¿Cómo iba a saber que… esa cosa negra me perseguiría?

—¡Con un poco de sentido común!

—¡Vete al diablo!

Pedro la agarró del brazo con sus largos dedos. Los dos se quedaron así, con las miradas sostenidas y la respiración acelerada.

—Vigilaría mis palabras si estuviera en tu lugar.

—Aléjate de mí —dijo ella lanzándole una mirada asesina.

—No hasta que te calmes y atiendas a razones.

—¡No! —dijo luchando por liberar su brazo.

—Tranquilízate, gatita salvaje.

—¡Déjame!

—¿Quieres callarte?

—¡No me callaré! Tú no tienes ningún derecho a…

Pedro la levantó del suelo y la apoyó contra el tronco del árbol, poniendo sus brazos a ambos lados de ella. Su cuerpo se convirtió en una barrera, y antes de que ella pudiera decir nada, él bajó la cabeza y la besó. Al instante, todo el cuerpo de Pedro se alteró, como si hubiera tocado un alambre electrificado. Entonces se retiró.

—Pedro… por favor…

—¿Por favor qué? Tú deseabas esto tanto como yo.

Pedro adelantó sus caderas, dejando que ella sintiera su endurecimiento y tras unos segundos, sintió su respuesta.

—Te gusta esto, ¿verdad?

—Por favor… no —dijo en un tono poco convincente.

Sabiendo que podía ser suya, Pedro se sintió seguro. Su dura expresión se suavizó y sonrió mientras se frotaba contra ella con unos movimientos que eran indicios claros de sus intenciones.

—¡Oh… Pedro! —gimió Paula.

—Lo sé.

Su voz sonó ronca mientras se mantenía apoyado contra ella. Una sonrisa cruzó los labios de ella y él la besó de nuevo, introduciendo su lengua más y más en su boca, deseándola, necesitándola… Con la misma rapidez con la que la besó, dejó de hacerlo. Entonces, respirando profundamente varias veces, le dió la espalda y se apartó. El sol calentaba con fuerza. Pedro no había permitido que su voluntad de hierro se resquebrajase durante mucho tiempo, y esa experiencia le dejó vulnerable. Finalmente, cuando hubo recuperado algo de ese control, giró sobre sus talones y dijo:

—Mira, yo…

Pero cerró la boca, al darse cuenta de que estaba hablando solo. Paula estaba a medio camino de la casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario