viernes, 24 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 23

El sol se filtró por las finas cortinas y le dió a Paula directamente en la cara. Cambió de posición e hizo una mueca de dolor. ¿Por qué estaba tan dolorida y tenía el cuerpo tan entumecido? Abrió los ojos despacio, y sin moverse miró a su alrededor. No le decía nada. Pensó que esa habitación tenía la personalidad y calidez de una habitación de hospital y sintió que un miedo desconocido crecía en su interior. Junto a la cama de hierro, había una cómoda y una mecedora. ¿Dónde estaba? Como un puñetazo en el estómago, la respuesta la golpeó.

—¡Oh, no! —gimió.

Para suavizar otro gemido, sacó la almohada de detrás de su cabeza y se tapó con ella la cara. Estaba en un sitio extraño con un hombre extraño, y no podía recordar quién era ella. La verdad, en ese oscuro momento, fue tan agobiante que pensó que iba a ponerse histérica. Respiró profundamente varias veces y se calmó. Se destapó y se irguió, dejando las piernas al borde de la cama. No iba a permitir que sus miembros entumecidos le impidiesen levantarse. Se quedó sentada unos instantes y se le pasó el mareo. Su visión estaba más clara que nunca. Y tenía hambre, mucho hambre. ¿Había sido el olor del bacon lo que la había despertado? Pero aún vaciló unos instantes. El pensamiento de enfrentarse al hombre serio y malhumorado que era su anfitrión no le hacía mucha gracia, y entonces se acordó del sueño que había tenido. Había soñado que él la había abrazado y lo protegida que se había sentido.

Los dedos de Paula se hundieron en la almohada. ¿Por qué le estaba jugando su cabeza esas malas pasadas? Ese hombre no significaba nada para ella. ¿Se estaba volviendo loca? No, simplemente estaba sufriendo las repercusiones del accidente. Tenía que creer que había hecho lo correcto al ir allí. También tenía que creer que él la ayudaría a recuperar su identidad. Flint era su única esperanza, ya que nadie más en el hospital tenía tiempo para preocuparse de ella. Al ponerse de pie, vio un montón de ropas dobladas en los pies de la cama. Se preguntó de dónde habían salido y quién las había puesto allí. Él había entrado en la habitación. Se puso colorada. El corazón le latió con fuerza. ¿Seguro que no la había tocado al colocar allí aquellas cosas? No. Había sido sólo un sueño, y no había significado nada. Cuando se dirigió a tomar la ropa, se dió cuenta de que sus piernas tenían la consistencia de la gelatina. Al cabo de un rato, con vaqueros, camisa rosa y zapatillas de deporte, se encaminó a la cocina.

Él estaba de pie frente a la cocina. También llevaba vaqueros y camisa. Pero su ropa era nueva y la de él no. Los vaqueros estaban desteñidos y muy apretados, lo que hizo que se fijara en sus esbeltas caderas y sus musculosos muslos. Su camisa también estaba muy gastada y la llevaba abierta, revelando un estómago liso. Sin quererlo, los ojos de Paula vagaron por su piel bronceada. Trató de mirar hacia otro lado; de ignorar ese sentimiento confuso que empezó a surgir en su interior. Pero no pudo. Como si él hubiera sentido su presencia, levantó la mirada. Las miradas de ambos se encontraron y se mantuvieron así unos instantes. Humedeciéndose los labios, ella tartamudeó:

—Yo… uh… buenos días.

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