viernes, 24 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 24

—¿Qué haces levantada tan temprano?

La voz de Pedro, áspera y repentina la dejó helada. Pasó un rato antes de que pudiera contestar.

—No es tan temprano. Pero aunque lo fuera, no podía quedarme más tiempo en la cama.

Paula trató de hablar con naturalidad, pero no lo consiguió; su voz había sonado jadeante e indefensa. Pedro intentó sonreír, pero tampoco lo consiguió; sólo flexionó ligeramente los músculos de su rostro.

—Puedes sentarte. El desayuno está preparado.

Paula vaciló, mientras recorría con la mirada la cocina. Al igual que el cuarto de estar, a través del cual acababa de pasar, estaba desordenada y sucia. las paredes necesitaban una mano de pintura, igual que los armarios. Pero antes de nada, las cortinas, los mostradores y el suelo necesitaban una buena limpieza. Aparentemente, Pedro leyó en sus ojos la censura, porque cuando habló, su voz fue insultantemente fría.

—Supongo que no esperaría que esto fuera el Hilton, señorita Chaves.

—Mira… yo…

Pedro la cortó.

—No es malo que todos no podamos obtener lo mejor de la vida.

—No creo que el jabón y el agua se incluyan en esa categoría.

Pedro la miró con crueldad.

—Me importa un comino lo que pienses.

—Ya lo sé, sólo…

—¿Y quieres saber algo más? No todo el mundo ha nacido con una cucharilla de plata en su boca.

A Paula se le pusieron los pelos de punta.

—¿Y crees que yo sí?

—Para empezar, no llevas ropa cara ni eres la dueña de una tienda de joyas a menos que tengas dinero.

—Eso no es verdad —dijo con ardor—. Pero de todas formas, no me puedo defender.

Él no dijo nada durante un rato. Paula deseaba desesperadamente que mejorase su humor, pero no se le ocurría nada que decirle. Entonces, como llovido del cielo, Pedro murmuró:

—Si hubiera sabido que iba a tener compañía, habría hecho limpieza.

Paula le vió apretar la mandíbula, y se dió cuenta del trabajo que debía haberle costado decirle eso.

—No quiero que pienses que estaba criticando, porque no lo estaba… Sólo me siento agradecida por tu ayuda.

—Tienes una extraña forma de demostrarlo.

Paula no quería agravar una situación que era de por sí tensa, así que se tragó una respuesta mordaz y se dió la vuelta. Pasado un momento, Pedro dijo:

—¿Qué te parece si desayunamos?

—Gracias —dijo Paula un poco temblorosa, pero contenta de que él hubiera cambiado de tema—. Pero no te tomes ninguna molestia por mí.

Una breve sonrisa dió calidez a las facciones de Pedro.

—No es molestia. Debes estar muerta de hambre.

—La verdad es que sí.

—¿Quieres una taza de café?

—Me parece estupendo.

Pedro llenó una taza de líquido humeante.

—Gracias —murmuró Paula.

En lugar de sentarse, se dirigió a la ventana que había tras la mesa y miró fuera. Parecía que iba a ser un buen día. En un prado distante, unas flores azules se balanceaban con la brisa de primavera. Un enorme roble se alzaba sobre ellas, mientras dos ardillas juguetonas lo usaban como pista de juegos. De alguna forma, Paula supo que antes ella nunca se había fijado en algo tan trivial como eso. Pero el haber estado tan cerca de la muerte lo había cambiado todo. Ella había cambiado.

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