lunes, 27 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 26

—Yo… no quiero que pienses que soy una desagradecida… no es cierto. Y en cuanto pueda te lo pagaré todo.

Los ojos de Pedro se movieron desde su cabeza hasta sus pechos, pasando por su rostro y su cuello.

—Lo que tú digas.

Y de pronto, no tuvieron nada que decirse el uno al otro. Los dos se dieron cuenta a la vez, y eso hizo la situación más embarazosa. Sus miradas se encontraron, y se separaron. Los dos fingieron escudriñar la habitación como si estuvieran buscando algo. Paula trató de relajar el ambiente; se levantó y se dirigió de nuevo a la ventana. Al llegar, habló con naturalidad.

—Mientras esté aquí, quiero ganarme mi sustento.

Pedro se quedó estupefacto.

—¿En qué estás pensando?

—Sólo eso.

—Las órdenes del doctor fueron que descansaras.

—Lo haré, pero no puedo estar… gratis.

—A mí no me importa.

—Podría limpiar la casa.

Pedro se levantó de la silla, y un segundo después se puso amenazadoramente a su lado.

—Olvida eso.

—¿Vas a abalanzarte sobre mí cada vez que diga algo que no te gusta?

Pedro dió un paso atrás.

—Lo siento.

—Entonces, déjame ayudar —dijo Paula con una sonrisa forzada, decidida a no dejarse intimidar, y sospechando también que él no era tan fiero como aparentaba—. Si estaba metida en el negocio de joyas antiguas, me deben gustar las casas antiguas.

—¿Estás segura?

—Sí. Además, este lugar tiene posibilidades.

—Bueno, puede que te permita que ordenes la casa un poco. Pero nada más. Y sólo después de que estés más fuerte.

—¿Has pensado alguna vez en arreglarla?

—Sí, un millón de veces, pero no tengo dinero.

Paula se quedó helada, sin saber qué decir. Finalmente, para romper el silencio, preguntó:

—¿Has sido siempre un ranchero?

—No.

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