lunes, 13 de mayo de 2019

Paso a Paso: Capítulo 72

—¿Estás segura de que dejar el trabajo es lo mejor que puedes hacer?

Paula se quedó mirando a Sofía y sonrió inexpresivamente.

—No, en este momento no estoy segura de nada, excepto de que no puedo seguir trabajando con Pedro y mantener la cordura.

Estaban en la casa de Paula, sentadas en el sofá y tomando café. Estaban sombrías las dos, tan sombrías como el tiempo. Estaba lloviendo. Pero la noche era cálida.

—Chica, cómo te ha dejado ese bastardo.

—Desde luego —convino Paula con voz algo trémula—. Esto puede sonar a locura, lo sé, pero el único momento en que me siento a gusto es cuando voy a visitar a papá.

—¿Se lo has dicho a Pedro ya?—le preguntó Sofía tras un momento.

—No, se lo he dicho a Lucas.

—Entonces, ¿Qué sucede ahora?

—Voy… voy a buscar otro trabajo.

—Oh, Pau, cariño, ojalá pudiera decirte algo, algo para que dejaras de sufrir.

Paula se sentía como abotargada, pero tenía que seguir adelante.

—Sí, ojalá supiera qué decirme yo, pero las dos sabemos que es imposible.

Sofía abrió la boca para responder, pero la interrumpió el timbre de la puerta.

—¿Esperas compañía?

A través de las lágrimas, Paula miró el reloj de pared.

—No a las diez de la noche.

—¿Quieres que vaya a abrir?

—Por favor —susurró Paula, apretándose el cinturón de la bata y procurando recuperar la compostura.

Cada vez que pensaba en Pedro, que hablaba de él, se echaba a llorar. Tan sólo sobrevivir cada día era un auténtico infierno.

—Paula.

Pudo percibir por el tono de voz de Sofía que algo ocurría. Con el corazón en la garganta, Paula giró sobre sí misma. Pedro estaba de pie entre las sombras del vestíbulo, con los ojos fijos en ella. Durante un momento, no pudo más que mirar fijamente hacia él, casi sin respirar. Su pelo y su bigote chispeaban de gotas de lluvia bajo la luz del recibidor. Sus vaqueros y su camisa estaban mojados, adheridos a su cuerpo como una segunda piel.  Nadie dijo nada; el silencio era tenso. Luego Sofía  tosió y balbuceó:

—P-Paula, cariño, tengo que marcharme. Ya hablaremos luego.

Paula sólo pudo asentir con la cabeza y mirar cómo Sofía se retiraba apresuradamente. Incluso después de que su amiga se hubiera marchado, ninguno de los dos se movió.  Estaban inmóviles mirándose, devorándose con los ojos.

—Dios mío, Paula, yo…

Paula procuró fortalecer su corazón contra su tono ronco y la agonía que veía en los ojos de Sofía.

—¿Qué estás haciendo aquí? —susurró ella, apenas capaz de contener las emociones que la embargaban. Parecía tan grande, tan fuerte, tan encantador…

—Lucas me dijo que te marchabas.

—No tenía que haberlo hecho.

Pedro sonrió al oír aquello, pero la sonrisa no llegó a sus ojos.

—¿Crees que no hubiera llegado a enterarme?

Ella no respondió.

—Eso no es todo lo que me dijo.

—Ah —su voz era débil.

—Me dijo que yo era idiota.

Los ojos de Paula se dilataron.

—Sí, imagínate —dijo Paula en tono cínico—. Imagínate a mi hijo diciéndome que era un idiota y yo mostrándome de acuerdo con él.

Paula no pudo apartar la mirada, hipnotizada como estaba por lo que él estaba diciendo. La voz le temblaba ligeramente.

—No… no sé por qué has venido, pero es tarde y…

—Te amo, Paula.

Por un segundo, ella creyó que los oídos le estaban jugando una mala pasada. ¿O estaba oyendo las palabras que no dejaban de resonar en los recovecos de su corazón? Como ella no respondió, Pedro se acercó más.

—Te amo —dijo otra vez, y su voz era cálida, teñida de pasión.

Ahogando un sollozo, Paula alargó hacia él los brazos, con los ojos llenos de lágrimas. Cuando él la aplastó contra su pecho, ella sintió su fuerza penetrándola por todas partes.

—Pedro, oh, Pedro… te he echado mucho de menos, te amo —ya no quería contenerse más, ya no quería ocultarle nada.

—¿Podrás perdonarme? —le preguntó él desesperadamente—. Tenías razón en todo. Tenía miedo. Pero una vez un sueño queda destrozado, es difícil recuperar la confianza.

Paula se apartó de él un poco.

—¿Y… Lucas?

Tenía que preguntarlo. Tenía que saberlo. Pedro le tomó el rostro entre las manos y la miró a los ojos.

—Intenté hacer lo que creía mejor para él, para tí, pero el problema es que no era lo mejor —se detuvo, como si le estuviera costando encontrar las palabras—. Lo quiero, pero que Dios me asista, te amo más a tí.

Su voz rezumaba anhelo. La fuerza de sus brazos era tierna y dulce.

—No —susurró ella, abriendo los labios para él.

Se besaron ardiente y profundamente, y sus bocas expresaron los deseos de sus corazones.

—Oh, Paula —susurró Pedro, estrechándola con fuerza mientras las lágrimas de los dos se entremezclaban—. Cásate conmigo. Ahora.

Un peso pareció desvanecerse del corazón de Paula mientras ellos parecían quedar suspendidos en el tiempo.

—Abrázame, Pedro. No me sueltes nunca.

—Nunca, cariño, nunca.




FIN

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