miércoles, 22 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 17

El cielo de primera hora de la mañana tenía un suave tono amarillo y en él flotaban algunas nubes espumosas. El aire cálido, lleno de aroma a flores, perfumaba el típico día al este de Tejas. De todas formas, Pedro no estaba fijándose en el tiempo. Estaba preocupado por sí mismo, preocupado porque había perdido la cabeza. Paula Chaves, sentada muy recta a su lado, era testimonio de ello. Acababan de entrar en la autopista con el coche alquilado, y estaba tan tenso que sentía que podría romper el volante con poco esfuerzo. ¿En qué había estado pensando al decir que la llevaría con él? Tenía problemas para cuidar de sí mismo como para cuidar de una mujer que no sabía ni cómo se llamaba. El deteriorado estado en el que se encontraba su rancho, de pronto le molestó. Deseó haberse esmerado más en su conservación, especialmente dentro. Al menos había una habitación que era medianamente decente. Se acordó del desorden que había dejado: papeles tirados por todas partes, ropas esparcidas, platos enjuagados pero sin lavar en el fregadero… Hizo una mueca al imaginarse qué pensaría ella, pero se riñó a sí mismo. ¿Qué importaba lo que ella pensara? No importaba. Pero él había hablado demasiado y se había comprometido, y eso era lo que le preocupaba, con lo que iba a tener que enfrentarse. ¿Pero, cómo?  La miró de reojo y sintió la misma sensación que no supo identificar y por la que había decidido llevarla a su casa. Ella le había parecido perdida, vulnerable, sola; pero maravillosa. Su rostro blanco, la caída cansada de su labio inferior, las ojeras moradas bajo sus ojos, añadidos a su belleza, la hacían parecer etérea. Pero eso no justificaba lo que él había hecho.

Paula se movió de repente. Su suave blusa de seda reveló los frágiles huesos de sus hombros. Y de nuevo, Pedro percibió sus pezones señalados bajo la tela. Apartó la mirada. ¿Se habían debido sus acciones a la lujuria? No, por supuesto que no. Él no había deseado a una mujer durante mucho tiempo, y no quería una en esos momentos. ¿Entonces por qué se endurecía su cuerpo cuando la miraba? Pedro era un hombre que actuaba por instinto. Sus instintos le habían mantenido vivo en su trabajo cuando debería haber estado muerto. Pero ese impulso loco le asustaba. Había evitado todo tipo de trampas en su vida, y se había metido en una con los ojos muy abiertos. Una de la que seguramente se arrepentiría.

—¿Pedro?

La suavidad con la que pronunció su nombre, le hizo mirarla.

—¿Sí?

—¿Por qué… por qué haces esto? ¿Por qué me llevas a tu rancho? Admito que no hubiera podido soportar la idea de quedarme sola en el hospital, pero…

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