lunes, 13 de mayo de 2019

Paso a Paso: Capítulo 71

Paula giró sobre sí misma, lanzando chispas por los ojos.

—A ver si creces, Lucas. Nunca serás tan hombre como Pedro…

Cuando avanzaba por el pasillo un segundo más tarde, aún podía ver la boca abierta de Lucas. Por primera vez en mucho tiempo, sonrió de corazón.


Pedro sabía que podría pagar por reconstruir toda la valla del lado sur del prado, pero no le importaba. El trabajo manual le había servido una vez más para preservar su cordura. Manuel había llegado a amenazar con despedirse como Pedro no dejara de trabajar de aquella manera. Le había dicho igual de airadamente que él haría lo que le diera la gana en su maldito rancho. Mascullando algo entre dientes, Manuel se había marchado, hecho un basilisco. Luego se había detenido, había girado sobre sí mismo y le había dicho:

—Sea lo que sea lo que te tiene desgarrado por dentro va a conseguir que te partas el espinazo.

Ahora, mientras Pedro dejaba el hacha y se ponía en pie, con el sol cayendo sobre su cabeza a plomo, no tenía más remedio que darle la razón a Manuel. No sabía cuánto tiempo lograría sobrevivir sin Paula. Por muchos castigos que había infringido a su cuerpo hasta el momento, no había conseguido arrancarla de su mente. ¿Tenía razón ella? ¿Estaba usando él la culpa como una excusa cuando en realidad era un cobarde? ¿Acaso tenía miedo de correr de nuevo riesgos con el amor? ¿Tenía miedo del compromiso? ¿O había alguna razón más profunda? ¿Tenía miedo de amarla, por temor a que ella se cansara pronto de él? Era tan joven, tan llena de vida… Y, en último extremo, ¿Era él lo bastante fuerte, lo bastante poco egoísta como para dejar que se casara con Lucas? Tan sólo la idea de ellos haciendo el amor… bueno, no soportaba pensar en aquello. Sin embargo, aquella era una posibilidad real. Al fin y al cabo, él había hecho todo lo posible por hacerlo realidad.

Aun así, Lucas no había mencionado a Paula desde que había vuelto a casa, y Pedro no le había preguntado. Las lágrimas se agolparon tras sus ojos. Alzó una mano trémula para tapárselos. El sol parecía estar atravesando su cerebro. Respiró con fuerza, como si le faltara el aire. Súbitamente, el ruido de pezuñas de caballo atrajo su atención. Tapándose de nuevo los ojos, escrutó en la distancia y vió acercarse a un jinete. Era Lucas. Conteniendo un suspiro de cansancio, Pedro avanzó hacia su hijo. Tomó las riendas de la yegua y lo miró al rostro.

—¿Qué hay?

Sin preámbulo, Lucas dijo:

—Tengo que hablar contigo.

—Sí, claro —Pedro se quitó el Stetson y se secó la frente—. Pero no aquí al sol.

Silenciosamente, Lucas en su montura, siguió a Pedro hasta un enorme roble que les proporcionó una amplia sombra. Pedro se apoyó contra él mientras Lucas apoyaba un codo en la silla de montar.

—¿Ocurre algo? —le preguntó Pedro al fin.

—Me voy de casa. He conseguido un departamento.

—No vas a conseguir discutir conmigo por eso —dijo tranquilamente Pedro—. Hace mucho tiempo que tendrías que haberte establecido por tu cuenta.

—Paula se marcha.

Si su intención era conmocionarlo, Lucas lo consiguió plenamente. Pedro se quedó inmóvil; hasta el último nervio de su cuerpo pareció quedarse paralizado.

—¿Que se marcha?

—Sí, de la compañía —el tono de Lucas tenía una nota de triunfo, como si estuviera sintiendo un gran placer al decir aquello—. Tal vez incluso de Houston.

Rehusando morder el anzuelo, aunque sus entrañas estaban como ardiendo, Pedro trató de mantener el rostro inexpresivo.

—Es… es una lástima.

Lucas soltó un bufido.

—Diablos, papá, ahórrame la retórica. Sé lo tuyo con Paula.

Pedro sintió un súbito frío interior.

—No hay nada entre Paula y yo. No me interpondré en tu camino si quieres casarte con ella.

—¿Y recoger tus sobras? No, gracias.

La sangre acudió a la cabeza Pedro y sus ojos se pusieron fríos como el hielo.

—Debería obligarte a pedir disculpas por ese comentario… o mejor aún, debería tirarte de ese caballo y darte una paliza.

Como Lucas no dijo nada, Pedro siguió inexorablemente.

—Creía que Paula estaría mucho mejor contigo, pero estaba equivocado. Terriblemente equivocado. Te quiero, hijo, pero, que Dios me asista, te he echado a perder. Y hasta que no crezcas, no le vas a servir de nada a nadie, y mucho menos a tí mismo.

Lucas desmontó con expresión contrita.

—Mira, lo siento, me he salido del tiesto…

—Desde luego que sí.

—Respecto a tí… y Paula…

—Eso ya no es de tu maldita incumbencia.

Lucas se puso rojo, pero cuando habló, su voz era firme:

—Bueno, sólo para tu información, creo que eres idiota si la dejas marchar.

—No podría estar más de acuerdo.

—Entonces ¿Podemos hablar ahora?, ¿Hablar de verdad?

—Más tarde —dijo Pedro, girando sobre sí mismo y dirigiéndose hacia su montura, que estaba pastando tranquilamente cerca de allí.

—¿Adonde vas?

Pedro no se detuvo.

—Adivina.


No hay comentarios:

Publicar un comentario