viernes, 10 de mayo de 2019

Paso a Paso: Capítulo 65

—Lo que necesitas es ir al hospital. Ahora mismo —los ojos de Pedro buscaron los de Paula—. Ve a buscar el coche mientras yo ayudo a Lucas.

Minutos más tarde, con dos coches del FBI pegados a los talones, Pedro salía hacia la autopista. Lucas estaba tumbado en el asiento trasero mientras que Paula estaba sentada delante con Pedro. Sin embargo, ella tenía la mirada clavada en Lucas, pues temía que se desmayara antes de que llegaran a su destino.

—¿No quieren oír lo que ha ocurrido? —les preguntó Lucas con voz tensa.

Los ojos de Pedro se reflejaban en el retrovisor.

—Sólo si te encuentras bien para ello.

—Estoy… estoy bien —dijo Lucas y en su mirada incluyó a Paula también.

Paula no le creyó ni por un instante y sabía que Pedro tampoco. Nadie al que hubieran golpeado como a Lucas podía encontrarse bien.

—Lo único que quiero es que esos bastardos me las paguen —añadió Lucas, y su voz recuperó parte de la fuerza perdida.

—Oh, desde luego que van a pagarlo. Y caro —el tono de Pedro era duro y amenazador.

Paula se estremeció.

—¿Me has echado de menos, querida? —le preguntó Lucas, interrumpiendo sus  pensamientos.

El color invadió el rostro de Paula, quien no se atrevió a mirar a Pedro.

—Naturalmente. Yo… nosotros… esto… yo —no pudo seguir; la voz se le quebró.

—Me alegro —dijo Lucas cálidamente.

—¿Cómo diablos has conseguido escaparte? —la voz de Pedro sonaba extrañamente impersonal.

—La mayor parte del tiempo, esos bastardos estaban los dos durante las comida, pero esta mañana temprano sólo ha venido uno… Anderson. Cuando me desató las manos y me puso la bazofia que llamaban cereal caliente, se lo arrojé a la cara y eché a correr.

Una sonrisa jugueteó en los labios de Pedro.

—¿Les diste lo suyo?

Paula vió cómo Lucas intentaba sonreír; pero sólo consiguió hacer una mueca de dolor.

—Ojalá. Pero no tuve ocasión. En cuanto me arrojaron dentro de ese agujero oscuro al que llamaban habitación, los dos estuvieron haciendo turnos para usarme de bolsa de boxeo.

—Oh, Dios mío, qué animales —gimió Paula.

—Peor que animales —dijo Pedro en un tono frío.

—Les oí hablar. Pensaban pedirte todo el dinero del mundo —dijo Lucas, en tono cada vez más débil.

Paula se había preguntado hasta cuándo iba a durarle a Lucas la adrenalina. Ya había resistido más de lo imaginable.

—Es lo que me figuraba yo —dijo Pedro—. Tu secuestro no tenía nada que ver con el proyecto de los explosivos. Pero lo que no lográbamos entender es por qué tardaban tanto en presentar sus exigencias.

—Porque, cuanto más me retuvieran sin noticias, más ansioso te pondrías. Elliot era el cerebro del asunto —dijo Lucas con voz cada vez más débil—. Cuando lo despidieron le pidió a su buen colega Anderson que lo ayudara.

Pedro maldijo entre dientes.

—Han tenido suerte, porque entre los dos, no hay cerebro suficiente ni para llenar un dedal.

—Eso es bien cierto —dijo Lucas, cerrando los ojos.

Mientras Lucas dormía, Pedro se concentró en que llegaran a salvo a la clínica. Y ahora, mientras esperaban al médico, se le estaban acabando la paciencia.

—¿Estás seguro de que no quieres café? —le preguntó Paula, saboreando el suyo—. Sabe realmente bien.

Pedro se la quedó mirando en un taciturno silencio por un momento y luego dijo:

—Seguro.

—¿Y tu madre? —dijo rápidamente Paula; cualquier cosa era mejor que la acuciante tensión que había entre ellos—. ¿Quieres… que la llame?

—Lo haré yo, pero gracias de todos modos —los rasgos de Pedro se suavizaron algo—. Pero quiero esperar a ver qué nos cuenta el doctor Mays.

Como si le hubieran llamado, el médico entró en aquel momento en la habitación, con una amplia sonrisa en su rostro áspero.

—Buenas noticias, Pero. Físicamente Lucas va a ponerse bien. No tiene heridas internas.

Pedro pareció derretirse de alivio.

—Esa sí que es una buena noticia.

—¿Y mentalmente? —intervino Paula en tono ansioso.

Los rasgos del doctor Mays sufrieron una transformación.

—Esa ya es otra cuestión diferente.

—¿Qué quieres decir? —inquirió rápidamente Pedro, entrecerrando los ojos.

—Cálmate, Pedro. No te pongas nervioso. Tu chico ha sufrido un fuerte trauma y le va a costar tiempo superarlo. Yo…


—Suéltalo ya, Rafael.

—De acuerdo —dijo el doctor Mays, clavando la mirada en Pedro—. Es más que probable que sufra repercusiones mentales.

La expresión de Pedro se hizo más tensa.

—¿Qué sugieres entonces?

El corazón de Paula sintió pesar por Pedro, y una vez más deseó tocarlo, consolarlo. Pero no hizo ninguna de las dos cosas. Asumió en silencio su pesar.

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