viernes, 17 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 6

Además, no había encontrado al hombre que hiciera latir con fuerza su corazón ni le hiciera sudar las palmas de las manos. Estaba claro que David no era así. Y Paula había llegado a la conclusión de que tal persona no existía. Había ido a Little Rock a cerrar un pequeño negocio con la vieja tía de David, a quien había llegado a conocer y a querer. Semanas antes, por petición de la anciana, había vendido varias piezas de joyería para ella y había conseguido una buena cantidad, y no se quedó con ninguna comisión. Sabía que Lidia andaba mal de dinero porque David tenía el desagradable defecto de sacarle todo lo que podía. Y cuando llegó al aeropuerto se llevó un duro golpe. Ver a David era la última cosa que había esperado, incluso a pesar de que él era de Little Rock y visitaba a su tía a menudo. Pero ella estaba segura de que ese fin de semana la había seguido. Él no se había tomado bien la ruptura y había estado acosándola con visitas inesperadas y llamadas ocasionales.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le había exigido Paula con la cara enrojecida.

David había levantado sus rubias cejas.

—¿Es esa forma de hablar a tu novio?

—Ex novio —corrigió Paula, preguntándose por milésima vez, cómo pudo haber permitido que su madre la liara con un hombre con aquel.

¡Oh!, tenía todo a su favor: rubio, buena apariencia, refinado, educación, linaje. Pero en lo que se refería a carácter y a sustancia, le faltaban cosas, o al menos eso pensaba Paula. Había conseguido engañarla durante una temporada, pero nunca más. El pensar en él tocándola la hacía sentirse humillada. Sus facciones atractivas no habían cambiado, ni tampoco su voz suave.

—Yo no lo veo así.

—Bueno, pues es así —dijo simplemente Paula. Entonces, bajando la voz, siguió presionando—: ¿Qué haces aquí?

—¿Quieres decir en Little Rock?

—¡No juegues conmigo!

—Vine a ver a mi tía, claro.

—Mentiroso.

Esa acusación finalmente le hizo perder la compostura. Sus ojos azules se entrecerraron con deseo.

—Si estuviera en tu lugar, mediría mis palabras.

—No te atrevas a amenazarme —dijo Paula con fuego en los ojos—. Me molesta que me sigas y quiero saber el motivo.

David se acercó.

—Ya lo sabes.

—No, no lo sé. Espero que me lo aclares.

Estaba tan cerca, que Paula podía ver el pelo diminuto que tenía en el centro de su mejilla derecha. Durante un momento se quedó  contemplándolo, como hipnotizada, preguntándose si él sabía que lo tenía. No, no lo sabía. Él no permitiría que nada estropeara su aspecto. Si la situación no hubiera sido tan seria, y ella no hubiera estado tan enfadada, se hubiera echado a reír.

—No vas a conseguirlo, ya lo sabes.

—Mira, David…

—No, mira tú. Quiero que le devuelvas a Lidia sus joyas.

—¿Qué?

—Ya me has oído.

—No lo haré.

—¡Oh, sí lo harás! No eran suyas.

—¿Y de quién entonces?

—Mías.

—¿Tuyas? —preguntó con tono incrédulo.

—Me las prometió.

—Bien, hasta que muera, son suyas para que haga con ellas lo que le parezca.

Y decidió venderlas.

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