miércoles, 15 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 2

Había aprendido a una edad muy temprana que la vida no era justa, que sólo los duros sobrevivían. De pequeño había sido un niño poco atendido. Su madre había sido demasiado perezosa, su padre había estado todo el tiempo trabajando y el dinero había escaseado. Su padre le había obligado a trabajar en cuanto fue lo suficientemente mayor, pero Pedro había querido participar en los deportes del colegio. De alguna forma, consiguió compaginar ambas cosas. Al final, los deportes fueron su salvación. Le valieron una beca.

Durante sus años en la facultad, Pedro se sintió fascinado por la aplicación de las leyes y trabajó para hacer una carrera. También tuvo que superar la pérdida de sus padres, que murieron cuando un tornado azotó su casa. Tras su graduación, fue a trabajar en el Departamento de Policía de Houston. Entró en el Departamento de Narcóticos tras un entrenamiento especial y trabajó allí hasta que un traficante le hirió, y tuvo que marcharse. Pero evocar recuerdos tristes era una pérdida de tiempo y de energía. El problema al que se enfrentaba en esos momentos no tenía nada que ver con el pasado. Tal y como él lo veía, tenía por delante una vida nueva y el propósito de sacar de ella el mayor partido posible o morir en el intento.

El altavoz que había sobre su cabeza chirrió en su oído. Frunció el ceño y al mismo tiempo fue a agarrar un cigarrillo. Pero recordó con disgusto que había dejado el desagradable hábito hacía meses. Se metió en la boca un chicle mientras sus ojos recorrían la sala, abarrotada de personas de todos los tamaños, edades y nacionalidades. En lugar de sentirse fascinado, le asqueó. Sólo le gustaban los espacios abiertos y la intimidad. Entonces miró hacia atrás y la vió. Una mujer, que parecía tener veintimuchos años, se reía de algo que alguien le estaba diciendo. Estaba directamente frente a su línea de visión, y durante unos instantes, Pedro se sintió cautivado por su risa. Era muy atractiva. Su piel blanca como la leche y la suave curvatura de sus labios eran un contraste perfecto para los rizos negros, que enmarcaban su rostro y brillaban como si fueran seda negra. Y tenía un cuerpo que hacía juego con esa cara. Llevaba un traje blanco, la camisa era de seda, y sus pechos, altos y firmes moldeaban el suave tejido de tal forma, que confirmaron sus sospechas de que no llevaba sujetador. Desvió la mirada, sintiéndose incómodo. Aunque no le fue mejor al posarla sobre sus piernas, que parecían interminables. Y sus nalgas eran redondas y prietas.

—¡Mierda! —murmuró, palpando de nuevo su bolsillo en busca de un cigarro y sin quitarle a ella los ojos de encima.

Vió cómo un hombre regordete de cara agriada se acercaba a ella. Si Pedro tuviese que juzgar la reacción de la mujer, diría que no le alegró verlo. Su rostro perdió el color, y apretó los labios. Se despertó su curiosidad. Apoyó el talón de una bota contra la pared mientras observaba cómo el hombre iba acortando la distancia que había entre él y la mujer. Era atractivo, de acuerdo, pensó estudiándolo, pero había algo falso en él.

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