viernes, 24 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 21

Francisco rompió el silencio.

—Por cierto, nos alegra que estés bien.

—Dios, sí —dijo Diana—. Cuando oímos lo del accidente de avión y nos dimos cuenta de que era el tuyo… bueno, no hace falta que te diga las cosas que pensamos —añadió estremeciéndose.

Los ojos de Pedro estaban tristes.

—Yo también pensé que estábamos perdidos.

Francisco se sentó al lado de su esposa en el sofá. Pedro estaba apoyado en la chimenea.

—Bueno, supongo que aún no había llegado tu hora.

—No quiero volver a pasar por algo así nunca más.

—¿Qué ocurrió realmente? —preguntó Diana—. Las noticias dijeron que fueron unos pájaros, pero lo encuentro difícil de creer.

—Pues, créelo. Cuando el avión chocó con ellos, la hélice se soltó del motor derecho e hizo un agujero en el ala. Después de eso, todo fue rápido y devastador.

—Entonces no me extraña que ese cacharro se fuera abajo. Ha sido un milagro que alguien sobreviviera —dijo Francisco.

—Sólo los de la parte delantera —dijo Pedro con una voz tan vacía como sus ojos.

Los ojos de Diana se humedecieron.

—¿Entonces… fueron esas pobres almas de la parte trasera las que murieron?

—Casi todos, sí.

—Lo que encuentro incomprensible es cómo fuiste capaz de ayudar —dijo Diana—. Yo me hubiera quedado paralizada.

—No, no lo hubieras hecho —dijo Francisco mirando a su esposa—. Te hubieras subido las mangas de la camisa y te hubieras puesto a trabajar como Pedro, ayudando a tanta gente como pudieras.

Diana se limpió una lágrima.

—Puede ser… no lo sé.

—Fueron unas horas infernales, se los aseguro —dijo Pedro quitándose el sombrero y colgándolo en el respaldo de una silla—. Estaba cargado de adrenalina, pero nunca me sentí más inútil ni frustrado… ni ví tanto sufrimiento.

De nuevo, Diana se estremeció y la habitación se quedó en silencio. Francisco se levantó y se puso junto a Pedro en la chimenea.

—Bueno… y volviendo a tu… invitada. Está claro que no fue seriamente herida.

Pedro suspiró y respondió de mala gana.

—No, no mucho.

—¿Entonces por qué está aquí? —preguntó Diana visiblemente desconcertada.

—Se dió un golpe en la cabeza —respondió Pedro mirándolos a los dos—, que le ha causado amnesia temporal.

—¡Oh, no! —exclamó Diana—. Pobre mujer.

—Eso todavía no explica la razón de que esté aquí —dijo Francisco con energía y sin entenderlo.

—Estaba sentada a mi lado en el avión, y supongo que me vió como su salvador… Diablos, ¡Yo qué sé! Simplemente sucedió.

Francisco y Diana se miraron y luego miraron a Pedro. Pero después de ver su expresión cerrada y oscura, supieron que no serviría seguir preguntando; no les diría nada más.

—Bueno… si podemos serte de alguna ayuda… —se ofreció Diana.

—Ya han ayudado. Por cierto, tengo que pagarte la ropa.

Diana se levantó.

—No te preocupes por eso ahora.

—Insisto —dijo Pedro sacando su cartera del bolsillo y dándole a Diana varios billetes—. ¿Vale con esto?

Diana asintió.

—Gracias de nuevo —dijo Pedro.

Francisco se aclaró la garganta.

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