miércoles, 8 de mayo de 2019

Paso a Paso: Capítulo 59

Se inclinó hacia ella y posó los labios sobre los suyos. Aferrándose a él, Paula abrió la boca para recibirlo plenamente. Cuando fue evidente que ninguno de los dos podía respirar, Pedro se apartó.

—Más tarde —susurró con voz espesa antes de volverse y dirigirse hacia la puerta.

Después, Paula perdió el concepto del tiempo. No tenía idea de cuánto tiempo había permanecido junto a su padre, cogiéndole la mano, hablándole. Pero, cuando finalmente se levantó y se marchó, aún podía sentir los labios de Pedro sobre los suyos.


¿Dónde diablos estaba Courtney?, se preguntó Pedro con impaciencia. El agente le había llamado una hora antes y le había dicho que estaba de camino. Hasta ahora, no había tenido tiempo de ponerse nervioso. Nada más llegar a la oficina, había llamado a su ayudante y le había dicho que se encargara de que Miguel Chaves tuviera protección las veinticuatro horas del día. Una vez Diego se hubo marchado a cumplir el recado, se había puesto a revisar los documentos que Paula había dejado en su despacho. Pero no había podido concentrarse. No podía dejar de pensar en la suerte de su hijo. Y en Paula. Entre el miedo por Lucas y la pasión por ella, estaba convirtiéndose en un manojo de nervios. No sabía cuánto tiempo más conseguiría mantener el control. De hecho ya había perdido el control. Lo último que había planeado era enamorarse de la mujer a la que amaba su hijo… ¡No! No era amor lo que sentía; no podía serlo. Pero sabía que lo era. Sólo el amor podía destrozarle el alma de aquella manera, hacerle desear estar muerto cuando su salud era perfecta. Incluso en aquel momento, el delicado aroma de Paula parecía llenar sus sentidos. Su dulzura lo volvía loco de pasión. La deseaba. Con todas sus fuerzas.

—Alfonso.

Sobresaltado, Pedro giró la cabeza. El agente Courtney estaba asomando la cabeza por la puerta.

—Entre —dijo Pedro, casi con rudeza.

Luego maldijo. No era justo que usara al agente como chivo expiatorio.

—He llamado a la puerta y… —Courtney se interrumpió con un encogimiento de hombros; su rostro estaba casi tan rojo como su pelo.

—Lo siento —musitó Pedro—. No lo he oído.

—No es extraño, con todo lo que tiene en la cabeza.

—Siéntese —le invitó Pedro ; una vez el agente estuvo sentado, le preguntó—: ¿Sigue todo bien en casa?

—Al menos, seguía cuando he salido de allí.

—Bien —dijo Pedro.

Los ojos de Courtney se entrecerraron.

—Pero no es de eso de lo que quería hablarme, ¿Eh?

—No —Pedro dejó escapar un lento suspiro—. Es sobre un hombre llamado Anderson que trabaja aquí como vigilante jefe.

El agente cruzó una rodilla sobre la otra.

—¿Qué ocurre con él?

—Paula le sorprendió escuchando tras la puerta nuestra conversación.

—¿Y piensa que podría ser algo más que curiosidad?

—No lo sé, pero no vendría mal comprobarlo —Pedro se detuvo y tomó una carpeta que había sobre su mesa y se la tendió al agente—. Su ficha personal. La revisamos cuidadosamente, por supuesto, pero se nos puede haber pasado algo que tal vez ustedes puedan detectar con sus sofisticados ordenadores.

—Nunca se sabe. Lo miraremos.

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