lunes, 20 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 15

—De acuerdo, tú ganas —dijo vencido—. No te dejaré.

Pedro estudió el rostro cansado de Lautaro.

—¿Estás bien?

Estaban solos, en la sala de los doctores.

—No —dijo Lautaro tomando una lata de zumo de frutas del frigorífico—. Pero no me queda otra opción. Seguiré hasta que me desplome. Ya lo sabes.

—Sí, ya lo sé —dijo Pedro medio sonriendo.

Después de que Pedro saliera del hospital de Houston, había sido enviado al de Crockett, que estaba a sesenta kilómetros de su rancho, para terminar su recuperación. Lautaro había sido su médico. Los dos se habían peleado constantemente porque eran muy parecidos: cabezotas, testarudos y poco comunicativos. De todas formas, al final, Pedro aprendió a respetarlo y a confiar en él, y sabía que Lautaro sentía lo mismo por él. Gracias a esa confianza, se habían hecho amigos.

—¿Y tú? —preguntó Lautaro rompiendo el silencio—. ¿Estás tú bien? —se aclaró la garganta—. Según me han dicho, no has dejado que te examinen.

Pedro se encogió de hombros.

—No hubo tiempo. De todas formas yo no resulté herido, y otros sí. Hice lo que tuve que hacer.

—Cuando pienso en lo que has pasado…

—Ya lo sé. Cuando el avión empezó a caer en picado, era… —se detuvo, incapaz de continuar.

—El fin. Y debería haberlo sido para todos ustedes. No mucha gente se salva de un accidente así.

—¿Crees que se recuperará?

—Sí, pienso que su pérdida de memoria es sólo temporal, aunque no puedo asegurarlo.

—Eso espero.

Lautaro se frotó la calva y miró a Pedro con cuidado.

—¿Qué significa ella para tí?

—Nada.

Lautaro le miró de forma extraña.

—¿Entonces dijiste en serio que no la conocías?

—Claro que sí. Nunca la ví hasta que se sentó a mi lado en el avión.

Lautaro bebió un poco de zumo. Cuando terminó, se limpió la boca.

—Nunca lo hubiera dicho por la forma en que ella se aferra a tí… ¿Así que sólo sabes su nombre?

—Y poco más. Sé que vive y trabaja en Houston.

—Con un millón de personas más.

—Cierto.

Lautaro suspiró.

—Una pena —dijo frotándose de nuevo la calva—. Cuando las cosas se organicen un poco, a lo mejor se puede conseguir ayuda de las líneas aéreas.

—Recemos para que sea así.

Se produjo un silencio, mientras Lautaro se sentaba en el sofá y cerraba los ojos.

—Prácticamente me ha suplicado que no la abandone.

Lautaro abrió los ojos de golpe.

—¿Significa eso lo que yo pienso que significa?

—Sí.

—¿Qué vas a hacer?

—Quedarme con ella.

—¿Y después?

—Ojalá lo supiera —dijo desolado.



Para Paula, las horas siguientes pasaron de forma borrosa. Le hicieron varias radiografiar y la llevaron de nuevo al pasillo, donde se quedó dormida. Cuando despertó, Pedro estaba sentado en la silla junto a la camilla, con la cabeza inclinada hacia un lado y los ojos cerrados. Ella aprovechó la oportunidad para estudiarlo, dándose cuenta de lo ancha que era su frente, apreciando la espesura de sus pestañas y cejas arqueadas, la nariz estrecha y recta, la boca ancha y la mandíbula cuadrada. Y enmarcándolo todo, el pelo, espeso y revuelto. Era un rostro que llamaba la atención, pero que no revelaba nada.

Como si sintiera que estaba siendo observado, Pedro abrió los ojos y se enderezó. Sus miradas se encontraron y el aire a su alrededor pareció llenarse de electricidad. Para alejarse de esa tensión, él se levantó y se acercó a la ventana. Por primera vez, Paula se sintió incómoda en su presencia. El silencio no ayudaba; la dejaba sola para soportar sus pensamientos tortuosos. Por dentro se sentía vacía. Si pudiera hacer algo para recuperar la memoria… En algún lugar, su familia, o sus amigos, debían estar preocupados por ella.

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