miércoles, 1 de mayo de 2019

Paso a Paso: Capítulo 43

—Había pensado que podía alcanzar a Pedro antes de que se marchara —dijo, sentándose en el sillón delante de Paula—, pero Alicia me ha dicho que había llegado demasiado tarde.

Paula se bajó las gafas de sol sobre el puente de la nariz.

—Lleva unos días yéndose muy temprano por la mañana a la oficina. Desde que Lucas… —Paula se interrumpió, viendo cómo palidecía Ana.

—Pobre Pedro —dijo Ana tras un momento, con los ojos llenos de lágrimas—. Esto ha sido muy duro para él.

—Ha sido duro para todo el mundo —dijo Paula suavemente.

—Lo sé, pero de algún modo, Pedro piensa que ha sido culpa suya —sin mirar directamente a Paula, prosiguió—. Tú sabes que tenían diferencias antes de que él… desapareciera.

Paula suspiró.

—Lo… lo sé.

Se produjo un momento de silencio entre ellas.

—Mi nieto tiene razón —dijo Ana inesperadamente—. Eres muy hermosa.

Paula se removió en el asiento.

—Gracias.

—¿Te sorprende que me lo haya confiado?

—Supongo que sí.

—Mi nieto me lo cuenta todo sobre tí.

—¿Todo?

—Me dijo que iba a casarse contigo, pero que Pedro se oponía por completo.

Un intenso sonrojo invadió el rostro de Paula.

—Señora Alfonso…

—Ana —la interrumpió ella suavemente.

Paula sonrió pesarosa.

—Lo siento.

—Mira, debería ser yo la que dijera que lo siento —dijo Ana, inclinándose hacia adelante y con tono suave—. Sé que estoy entrometiéndome, pero viene bien hablar de… Lucas —nuevas lágrimas hicieron relucir sus ojos y tuvo que inhalar con fuerza—. En este momento, Pedro y yo no somos capaces de consolarnos mutuamente. Estamos los dos demasiado destrozados.

Paula trató de tragarse el nudo que se le había formado en la garganta, sorprendida de que ella también estuviera cerca de las lágrimas. Había pensado que ya no le quedaban.

—Si al menos pudiera recordar el aspecto de aquel hombre…

—No te atormentes, querida —le advirtió Ana—. Es algo que no puedes evitar. Al fin y al cabo, tú también has atravesado un infierno.

«Intenta decirle eso a tu hijo», pensó Paula en silenciosa agonía. En voz alta, dijo:

—Lo sé, pero aun así…

Ana alargó el brazo y le apretó la mano.

—Mantén la fe. Y ahora, si me disculpas —añadió—. Tengo una cita. Pero espero verte pronto otra vez.

—Lo mismo digo —dijo Paula con una sonrisa.

Una vez se quedó sola de nuevo, cerró los ojos y trató de no pensar.

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