viernes, 10 de mayo de 2019

Paso a Paso: Capítulo 61

No se detuvo hasta que no llegó al despacho de Pedro. Sin molestarse en llamar, abrió la puerta de golpe y entró, sin aliento. Courtney, quien se dirigía hacia la puerta también, tuvo que hacer una brusca parada. Pedro se puso lívido.

—¿Paula?

—Ya sé qué aspecto tenía el hombre —se detuvo e inhaló—. De hecho, acabo de verlo. Trabajaba aquí.


En el instante que había entrado en el despacho de Pedro y se lo había dicho a él y a Courtney, los acontecimientos se habían precipitado. Todas las sospechas habían recaído sobre Walter Elliot, un antiguo empleado que había sido despedido recientemente, y sobre Anderson, que no había aparecido por el trabajo en los  últimos días.

Paula suspiró y se quitó la camiseta holgada que llevaba sobre el bikini. Este era de un seductor color borgoña y dejaba muy poco a la imaginación. Por un instante, deseó que Pedro pudiera verlo. Luego, reprendiéndose a sí misma por aquel pensamiento, se sentó en el borde de la piscina y hundió ambos pies en el agua. Experimentó una deliciosa sensación. Alzó la cabeza y miró a su alrededor. La piscina, iluminada por la luna, estaba rodeada por una valla de tres metros, que ofrecía el máximo de intimidad incluso de los agentes que hormigueaban por el lugar. No cabía duda, Pedro tenía lo mejor de todo. Pero ella no sintió envidia, sólo pesar. Pesar porque ella no encajaba en aquel mundo de esplendor y lujo, por mucho que lo deseara. Súbitamente, sus ojos se volvieron hacia la casa y el dormitorio de Pedro. Estaba oscuro. No le sorprendió. En ausencia de Lucas, él estaba trabajando hasta altas horas. De camino a la comisaría, le había preguntado si quería que lo ayudara a despejar su mesa de despacho. Él le había dicho que no, insistiendo en que ella regresara al rancho, diciéndole que ya había tenido bastante excitación por aquel día. Pero ella no había querido dejarlo. La noche sin él había sido desalentadora; el futuro sin él era deprimente.

—¿Esto es una fiesta privada?

Ante el sonido de su voz, a Paula se le aceleraron los latidos del corazón. Se volvió hacia él, y vió que estaba de pie a su derecha, y su único atuendo era un bañador negro.

—¿Te he asustado? —le preguntó Pedro, sentándose junto a ella.

—Sí.

—Lo siento, ha sido sin querer.

El corazón le latía cada vez más rápido a Paula.

—¿Cómo… has sabido dónde estaba?

—He ido a tu habitación.

—¿Ah, sí? —dijo ella, mientras todos sus sentidos parecían llenarse de él.

No podía dejar de pensar en lo delicioso que sería tocarlo.

—Pensé que estarías dormida.

Ella lo miró a los ojos.

—Lo he intentado, pero no he podido.

—No me sorprende. A mí tampoco me resulta fácil dormir últimamente.

—¿Acabas… de llegar a casa de la oficina?

Nada más decir aquellas palabras, Paula se arrepintió. Sonrojándose, se apresuró a decir:

—Lo siento… no quería ser entrometida.

Por supuesto que sí lo había querido. Pero ¿ Y si le daba una respuesta que ella no deseaba oír? No había ninguna razón por la que no hubiera podido estar haciendo el amor con su amiga rubia. Aquel pensamiento la puso enferma.

—Paula, mírame.

Tragando saliva, ella lo miró.

—Tienes todo el derecho del mundo a entrometerte —dijo con voz tensa.

—No…

—Sí —le sostuvo la mirada—. Desde que te conocí, no he estado con ninguna otra mujer.

—Oh, Pedro —susurró ella, mirándolo, disfrutando del sinuoso juego de sus músculos cuando se echó hacia atrás y se apoyó en los codos—. Nos hemos metido en un buen lío, ¿Eh?

—Un lío de mil diablos —repitió él con el vestigio de una sonrisa.

Se quedaron en silencio durante un rato.

—¿Crees que atraparán a Elliot? —preguntó finalmente Paula, golpeando el agua con el pie.

—Es sólo cuestión de tiempo.

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