lunes, 27 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 27

Decidiendo que obtener la información deseada iba a ser difícil, Paula insistió con una tenacidad caracterizada por su naturalidad.

—¿Entonces cómo te ganabas la vida?

—Trabajé en el DN.

Paula no fingió su sorpresa.

—¿En el Departamento de Narcóticos?

—El mismo.

—¿Y ya no trabajas para ellos?

—Me marché.

—¿Ocurrió algo?

Paula sabía que la paciencia de Pedro se estaba acabando, y pensó que, en realidad, estaba aguantando demasiado.

—Sí, se podría decir que ocurrió algo. Me trincharon como a un pedazo de carne.

La cara de Paula perdió su color.

—¿Satisfecha? —dijo con dureza.

—Lo… lo siento… No pretendí…

Pedro tomó su sombrero Stetson y se lo puso en la cabeza.

—Olvídalo. Yo lo he hecho.

Paula, con el corazón latiéndole como si acabara de correr una maratón, se dirigió a la puerta.

—¿Dónde vas?

Paula se paró.

—A mi… habitación.

—Vale, pero tienes que estar lista en… quince minutos.

—¿Para qué?

—Vamos a ir a la ciudad, tienes que ver a Lautaro… Después pararemos en la tienda para que puedas… cambiar esa prenda que te está pequeña.

Se puso colorada y bajó la mirada.

—Bueno, ¿A qué esperas?

Paula siguió avanzando a toda prisa hacia la puerta, y al llegar, se giró.

—¿Me dirás la verdad?

—¿Sobre qué?

Paula se pasó la lengua por los labios resecos.

—Sobre anoche.

—¿Qué quieres saber?

—¿Entraste en mi habitación?

—¿No lo recuerdas?

—No.

—Tuviste una pesadilla.

Paula miró al suelo y luego levantó la vista.

—¿Me… abrazaste?

—Sí.

Ninguno de ellos se movió ni habló durante unos segundos.

—Gracias —murmuró Paula al fin.

—De nada.

Otro silencio. Al final Pedro habló.

—¿Y bien?

—¿Qué? —dijo Paula respirando para calmarse.

—¿Te vas a quedar todo el día ahí de pie?

—No, claro que no —dijo, y girándose, abandonó la cocina.

No estuvo segura, pero más tarde, cuando pensó en el incidente, Paula estuvo segura de que tras marcharse, él se había reído.



El viento de Abril rugía. Le revolvió el pelo y silbó entre la hierba como un reptil. El sol, igual de fuerte, le hacía resplandecer como si fuera un dios.  Pedro hizo caso omiso de ambos y descargó sus frustraciones con la valla que estaba arreglando. No recordaba haber martillado un clavo en un trozo de madera con tanta fuerza como en esos momentos. Paró y se secó el sudor de los ojos y de la frente, pero no le sirvió de nada. Cuando volvió a clavar otro clavo, el sudor le empapó de nuevo. Pero aun así, siguió trabajando. Habían pasado tres días desde que había llevado a Paula a la ciudad. Primero, ella había hecho algunas compras. Y después la había llevado a visitar al doctor.

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