viernes, 3 de mayo de 2019

Paso a Paso: Capítulo 50

—¿En ese orden?

—No, de hecho el dinero es lo primero —dijo ella sinceramente, y esperó a que él la atacara.

Pero no lo hizo. En cambio, él le preguntó en tono afable:

—¿Es por tu padre?

Ella se lo quedó mirando, perpleja.

—¿Cómo lo sabes…? —su voz se desvaneció, y sus rasgos cambiaron—. Había olvidado que lo sabías todo sobre mí —dijo ella, desconcertada.

—No todo.

No fue tanto lo que dijo lo que la hizo estremecerse, sino cómo lo dijo.

—Ah, ¿Y qué es exactamente lo que no sabes?

—Lo que sientes realmente por mi hijo —dijo él, impertérrito—. Nunca has respondido a esa pregunta.

Su voz era de nuevo ronca y seductora, y ella sintió que todo su cuerpo respondía.

—Quiero una respuesta… ahora.

Ella humedeció los secos labios.

—Le tengo cariño, pero… pero no lo amo.

—Gracias por ser sincera —su rostro no reflejaba emoción alguna, pero un músculo le tembló en la mandíbula.

—No le… no le pasará nada —dijo ella, con la voz quebrada—. Seguro.

Pedro jugueteó con el ala de su sombrero.

—Dios, espero que tengas razón.

—Y yo quiero que sepas que no he renunciado a la esperanza de recuperar la memoria —susurró ella.

Sus ojos se clavaron en los de ella durante un largo momento, sin revelar nada.

—Venga, sigamos cabalgando —dijo bruscamente.

Tras atravesar el bosquecillo llegaron a un claro. Permanecieron sentados sobre sus monturas, contemplando el crepúsculo.

—Pedro.

—Mmmm —murmuró él sin mirarla.

—No sé si esto significará algo, pero he sorprendido a Anderson…

Sucedió entonces. Un disparo. Luego otro. Y otro más. Todos muy cerca. Demasiado cerca.

—¡Qué…! —Pedro no puedo decir más mientras otra bala pasaba cerca de la cabeza de Paula.

Su caballo se encabritó.

—¡Pedro! —chilló ella, pugnando por dominar al animal.

Con los labios lívidos, Pedro alargó la mano hacia las riendas, pero fue demasiado tarde. De pronto, la yegua hizo que Paula saliera despedida, yendo a parar al suelo como una muñeca rota.

—¡Oh, Dios! —exclamó Pedro, descabalgando de un salto y acercándose a ella para tomarla entre sus brazos—. Paula, dime algo.

Paula sabía que no estaba muerta. O al menos, eso le parecía. Aunque estaba lo bastante rígida como para estar muerta, se dijo a sí misma, haciendo una mueca de dolor. Con los ojos cerrados, movió los dedos de un pie, luego los del otro. Hasta el momento, bien. ¿Qué le ocurría? ¿Por qué se sentía como si estuviera tratando de salir a la superficie mientras las corrientes trataban de arrastrarla al fondo? Abrió los ojos y los movió cuidadosamente, contemplando el techo, luego la habitación. ¿Dónde estaba? La luz de la luna, que entraba por la ventana, tenía la habitación sumida en sombras. Se movió de nuevo y aquella vez sólo sintió alivio; no le dolió. De pronto, con el impacto de un golpe en la cabeza, recordó. Disparos. Alguien había intentado matarla.

1 comentario: