lunes, 6 de mayo de 2019

Paso a Paso: Capítulo 51

—Oh —gimió, procurando tragarse el nudo que sentía en la garganta.

No pudo. Paula sintió que lágrimas ardientes comenzaban a resbalarle por las mejillas. Frenéticamente, su mente pugnó por aclarar la imagen completa. Pedro no podía estar herido, porque había acudido en su auxilio. Una embriagadora sensación de alivio la invadió. Recordó que lo había visto, con los labios blancos y temblando, agachado sobre ella, sosteniendo su mano.

—Pedro —dijo, jadeante, ya plenamente consciente.

—Gracias a Dios.

Él había alzado la vista entonces, como si estuviera enviando una plegaria al cielo. Sin decir nada más, deslizó una mano sobre su cuerpo.

—La bala falló… pero me duele la cabeza —dijo ella, llevándose una mano a la cabeza—. ¿Y tú? ¿Es… estás bien?

—Estoy perfectamente —dijo él, con voz cortante—. Pero ese hijo de perra que nos ha disparado no va a estarlo cuando lo atrape.

Con toda la energía que pudo reunir, Paula alzó un brazo y le aferró la pechera de la camisa.

—¿Quién… quién ha podido hacer algo así?

Pedro no dijo nada. En cambio, sus facciones se hicieron más duras y sus ojos más fríos, como si estuviera haciendo un pacto con el diablo allí mismo. La expresión de su rostro asustó a Paula más que si le hubiera soltado la verdad más cruda.

—¿Crees… crees que estaban… disparando contra nosotros? ¿Contra mí?

Él apretó la mandíbula.

—No más preguntas. Te llevo a casa.

Una vez él la hubo hecho subir a la silla delante de él, Paula ya sólo recordaba vagamente las siguientes horas. Ahora, mientras se apoyaba sobre los codos, se preguntó quién la habría acostado… desnuda, excepto por las bragas. ¿Pedro? La idea la hizo sentirse más floja aún. Los latidos de su corazón se calmaron; había sido Alicia. Pedro la había dejado en manos de su competente ama de llaves. Echó la cabeza hacia atrás, pero no se sintió mejor, excepto por la constatación de que a Pedro no le había pasado nada. Lo que sintió fue indignación, una rabia impotente. De pronto deseó huir de la pesadilla en que se había convertido su vida, huir de los hombres que estaban tratando de hacerle daño, huir de sus pensamientos sobre Lucas. Pero, más que ninguna otra cosa, deseó huir de Pedro, quien era capaz de hacerla estremecerse como una mujer enamorada con una sola mirada, con una sola caricia. Una familiar sensación de miedo la invadió. No podía amarlo. No podía ser tan estúpida, sabiendo que no tenían futuro. Además, ella era tan sólo un juego para él. Cuando hubiera terminado de jugar, guardaría los naipes y se marcharía.

Sin previo aviso, la habitación comenzó a girar y, como una marioneta cuyas cuerdas se han roto, la cabeza de Paula se derrumbó sobre la almohada. Unos sollozos desgarradores agitaron su cuerpo. Cuando ya no le quedaron más lágrimas, oyó un ruido. Se puso rígida. Luego, muy lentamente, con el corazón en la garganta, volvió a sentarse y miró hacia la puerta. Tal como temía, una figura bloqueaba el umbral. Ella se apretó la sábana contra los pechos.

—Paula.

—¿Pedro? —su voz no era más que un susurro.

—Te… te he oído llorar.

Ella abrió la boca, pero le resultó imposible hablar. Sólo pudo mirar su pecho desnudo y sus vaqueros ajustados, y temblar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario