viernes, 17 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 8

Había aprendido que si se refugiaba en sí mismo, no tendría que soportar la vergüenza y la humillación. En su mundo solitario, no había ojos que le juzgasen ni distinción de clases. Años después, cuando conoció a Mariana, las cosas cambiaron. Él cambió. Antes de que se diera cuenta, se había quitado su escudo protector. Durante una temporada se unió al mundo de los vivos. Pero cuando su matrimonio comenzó a agriarse junto con su trabajo, volvió a levantar ese escudo a su alrededor. Y sería un estúpido si volvía y permitía que una mujer, no importaba lo seductora que fuera, traspasara esos muros.

—He averiguado que en mi trabajo, la honestidad merece la pena —dijo ella irrumpiendo sus pensamientos—. Si no se es honesto, no se dura mucho en mi negocio.

Pedro sintió que una sonrisa se dibujaba en sus labios. Tenía que admitirlo: esa mujer tenía estómago y determinación. La mayor parte de las persona se habrían cansado, especialmente después de recibir una de sus miradas frías y duras. Pero no Paula Chaves. Su frialdad no le había afectado lo más mínimo. Pero aun así, él sentía que su comportamiento no era normal. El instinto le decía que estaba nerviosa.

—Ocurre igual en mi negocio —dijo Pedro, sorprendido de hablar en un tono tan neutral.

—¿Y cuál es? No voy a parar hasta que me entere, ya lo sabe —dijo Paula sonriendo e inclinando la cabeza.

Pedro permitió que aflorara a la superficie algo de su buen humor.

—Nunca imaginé que fuera a hacerlo.

—¿Entonces?

—Estoy empezando en el negocio del ganado —dijo de mala gana.

—¡Oh! No sé nada sobre ganado.

Paula se puso un mechón de pelo detrás de su delicada oreja, sin apartar ni un momento sus ojos azules de él.

—Estamos empatados. Estoy seguro de que yo no entendería nada de su trabajo —dijo mirando la revista—, especialmente si está relacionado con las joyas.

Paula le miró con desato.

—Entonces tendremos que poner a eso un remedio, ¿No?

Flint trató de endurecerse contra la cálida feminidad que emanaba de esa mujer.

—No creo que sea…

—¡Oh, vamos! Hábleme de sus vacas.

Pedro no pudo evitar una sonrisa.

—Debería hacer eso más a menudo —añadió Paula.

Sus palabras tomaron a Pedro desprevenido.

—¿El qué?

—Sonreír. Le sienta de maravilla.

Molesto, él se dió la vuelta.

—Estoy esperando.

Sin sonreír más, Pedro la miró.

—Son un cruce entre Angus negras y toros Brahman.

—Suenan a fieros —dijo Paula con un escalofrío.

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