lunes, 20 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 11

Pedro la miró de reojo, y la vió beber. En ese momento el avión pilló una turbulencia. El vaso cayó en su pecho y el agua se derramó en su regazo.

—¡Oh, no! —exclamó Paula mirándole horrorizada—. Dios mío, lo siento muchísimo. Permítame ayudarle.

Tomó las dos servilletas de papel que le habían dado con el vaso de agua y empezó a frotar los muslos de Pedro. Él respiró profundamente y tomó su mano, para que parara. Sus dedos sintieron los frágiles dedos de su muñeca. Entonces, de golpe, soltó su mano. La expresión de Paula era difícil de leer, pero bajó la cara sonrojada y de nuevo empezó a limpiar la mancha de agua.

—No lo haga —dijo Pedro con voz rara, intentando sacarse el pañuelo de su bolsillo.

—Por favor, permita que le ayude.

—No, yo…

Las palabras murieron en su garganta cuando la mano de Paula, accidentalmente, rozó el miembro rígido de su entrepierna. Los dos se quedaron helados. Entonces, diciendo una palabrota, Pedro le quitó la mano. ¿Había sentido ella su excitación? ¡Claro que sí, imbécil! La forma en que respiraba y sus ojos, como platos, eran muy reveladores.

—Mire, manténgase alejada de mí.

Paula se guardó sus palabras, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Pero no podía evitar que su rostro estuviera ardiendo y su corazón acelerado. ¿Cómo podía haber sido tan descuidada? Pero había sido un accidente, y no importaba lo bien dotado que él estuviera; eso no explicaba su rudo comportamiento. Aunque ella también tenía algo de culpa. Él le había dejado claro desde el principio que no deseaba ser molestado. Pero ella había insistido, hasta que le había forzado en una conversación que derivó en una confrontación. ¿Cuándo habían empezado a ir mal las cosas? Mucho antes del incidente con el agua, eso era seguro. ¿Qué había hecho que Pedro volviera la cabeza y entrecerrase los ojos? Algo que ella había dicho. De todas formas, ¿a quién le importaba? A ella no. El señor Pedro Alfonso no tendría que preocuparse más por ella en todo lo que les quedaba de viaje.

Sintiéndose bien por su decisión, decidió relajarse y dormir. En ese preciso momento, un sonido alto alcanzó sus oídos. ¿Una explosión? ¿Qué era? Antes de que pudiera averiguarlo, el avión vibró. Un pasajero chilló. Otro dijo una palabrota. Otro se levantó y llamó a gritos a la azafata. Paula  se sentó muy derecha en su asiento y se giró hacia Pedro. Abrió la boca, pero sólo un débil sonido salió de ella. El miedo, como una fría hoja de acero, oprimió su garganta. La boca se le secó. Los labios se le pusieron blancos. Podía sentir los pelos de su nuca erizados.

—¿Qué… qué ha sido eso? —consiguió decir.

—El motor. Algo le ha ocurrido a…

No pudo decir más. Sin previo aviso, el avión empezó a caer en picado.

—¡Dios mío! —gritó Paula—. ¡Vamos a estrellarnos!

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