lunes, 13 de mayo de 2019

Paso a Paso: Capítulo 69

Paula se puso pálida y el suelo pareció moverse bajo sus pies. Quería que se casara con Lucas. «¡Imposible!» No podía decirlo en serio. No podía pretenderlo.

—¿Qué… qué dices?

Incluso a sus propios oídos, su voz sonaba como si se estuviera muriendo. Pedro se pasó una mano por el pelo.

—Ya me has oído —dijo secamente.

—Pero no entiendo… —Paula sacudió la cabeza, desconsolada y confusa.

Siempre había sentido aquel miedo profundo a que no la amara, al fin y al cabo. Aun así, no se había imaginado que su relación pudiera terminar de aquella manera.

—No puedes decirlo en serio —gimió.

—Lo digo en serio —dijo él y su voz sonó hueca.

Paula hizo una mueca de dolor. Aquel no era el mismo hombre que recientemente la había tomado entre sus brazos y le había hecho el amor, profunda y apasionadamente. Aquel era un desconocido frío y duro al que apenas reconocía.

—Tenías que saber que terminaría en algún momento —dijo él, sin que sus ojos se apartaran de su cara.

Paula se negaba a hacerle ver el daño que estaba haciéndole. Alzó la barbilla, a pesar de que le temblaba.

—¿Haces esto porque piensas que no soy lo bastante buena para tí?

—¡Diablos! —su indignación era evidente—. Si pensara eso, ¿Crees que estaría alentándote a casarte con mi hijo?

Paula contuvo el aliento y trató de ignorar el nudo que sentía en la garganta.

—No quiero casarme con Lucas. Nunca he querido casarme con él. Es… es un niño rico y malcriado que no ha crecido nunca —hizo una pausa y se quedó temblando—. ¿Es porque me tocó y yo no me aparté…?

—Mira, vamos a dejar claro que no son los celos lo que está llevándome a poner fin a nuestras relaciones —se detuvo y respiró profundamente—. Aunque, tengo que reconocerlo, aquello me desgarró por dentro.

—Oh, Pedro —gimió Paula.

—Pero al mismo tiempo —prosiguió él, como si ella no hubiera hablado—, he visto lo bien que se complementan. Él te hará más feliz que yo.

—¡Eso no es cierto!

—Encáralo, Paula. Soy demasiado viejo para tí.

—Eso es ridículo —gritó ella, retorciendo los dedos—. La edad no importa cuando amas a alguien —añadió ella, con el corazón destrozado.

—¿Y los hijos?

—¿Qué pasa con los hijos?

Él soltó un bufido.

—Tú mereces tenerlos y yo soy demasiado viejo para empezar otra vez.

—Eso es muy sencillo. No tendremos hijos. En cualquier caso, es a tí a quien quiero, no a tus hijos.

—Eso lo dices ahora —dijo él testarudamente.

Ella se llevó las manos a los oídos.

—¡Basta! ¡Cállate ahora mismo! Deja de echarme las culpas a mí. Eres tú quien se está inventando excusas —dijo ella, ahogando un sollozo—. Eres tú el que tiene miedo, el que no es capaz de llegar a un compromiso, el que… ¡El que no me ama!

—¡Maldita sea, no es eso!

—¿Qué es, entonces? —ella estaba suplicando, pero no le importaba—. ¿Lucas? ¿Es eso? ¿De eso se trata? ¿De culpa?

Al mirarlo, al ver sus ojos ardientes, se sintió invadida por una emoción que sólo él lograba despertar en sus sentidos.

—Se ha terminado, Paula —dijo él, tragando con fuerza—. No hay otra manera.

—Oh, Pedro —dijo ella, jadeante—. No hagas que esto sea el fin. Sacrificar lo nuestro por Lucas no va a servir de nada. No es para mí. ¿Es que no te das cuenta?

Los ojos de Pedro estaban llenos de dolor.

—¿Acaso crees que yo quería que fueran así las cosas? —masculló él ásperamente.

Ella se acercó a Pedro con deliberación, anhelando tocarlo, acariciarlo, olerlo.

—Oh, Dios mío, Paula —gimió.

Luego, atrayéndola hacia su pecho, la besó apasionadamente en la boca. Fogosamente, ella se aferró a él. Su mente se negó a formar pensamientos coherentes, su boca se negó a pronunciar palabras. Sólo la sostenía la urgencia de una necesidad que hacía innecesarias las palabras. Entonces todo terminó. Con la respiración entrecortada, Pedro se apartó de ella y se dió la vuelta, con los hombros hundidos como bajo un peso insoportable. Las lágrimas resbalaron por las mejillas de ella. Oh, Dios mío, estaba perdiendo la batalla. Su sentimiento de culpa se estaba convirtiendo en un obstáculo demasiado difícil de vencer.

—Pedro…

—No… Paula —su voz sonaba ahogada—. Todo ha terminado.

Súbitamente desesperada, ella se aferró a su brazo y le hizo darse la vuelta.

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