miércoles, 29 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 32

¿Llevaba en el rancho de Pedro sólo una semana? Le parecía toda una vida. Los últimos dos días habían estado vacíos y llenos de frustración. Algo le dijo a Paula que ella era una mujer muy activa, que trabajaba duro y se enorgullecía por su habilidad de hacer frente a cualquier situación. Pero no tenía nada que hacer para pasar el tiempo, y esa inactividad la deprimía cada vez más. ¿Cuánto tiempo hacía que no se reía? Incluso las dos visitas más que habían hecho a Francisco y Diana no habían conseguido animarla, aunque ellos habían hecho lo posible por levantarle la moral.

La última vez que había ido a la ciudad con Pedro a comprar comida, se había comprado un montón de revistas y libros. Pero se había hartado de leer. Y también estaba él. Aunque hacía todo lo posible porque ella tuviera cuanto necesitaba, también hacía todo lo posible por evitarla. Rara vez comía con ella, excepto en la cena, que la preparaba ella. Sabía que él apreciaba su esfuerzo, porque disfrutaba de sus comidas, pero después, con cualquier excusa, se retiraba a la habitación que le servía de oficina. Dos veces se había quedado a tomar una taza de café. Pero su compañía tuvo sus desventajas. Su proximidad, la calidez de su cuerpo y la forma en que la miraba alteraban la compostura de Paula, de una forma que no hubiera podido hacerlo hablando. Pero aun así, ella prefería su presencia, tan perturbadora como le resultaba, a la soledad. Ese día estaba entrando en la misma rutina que el resto, sólo que esa vez, ella no iba a quedarse ociosa. Las cosas no podían continuar así. Había llegado el momento de ponerse a trabajar y averiguar quién era. Había decidido levantarse temprano para abordar a Pedro antes de que se fuera a cuidar su ganado. Pero de nuevo, llegó demasiado tarde. Cuando salió fuera, vio que el sol teñía el cielo de muchos colores. Se detuvo, se quedó mirándolo, y se llenó los pulmones del limpio aire matinal. Entrecerrando los ojos, miró hacia el granero, esperando tener suerte y pillarle.

La noche anterior, durante la cena, había comentado que tenía que cargar varios sacos de sal para su recogida.

—Me gustaría ayudar —había dicho ella sin pensarlo—. ¿Puedo?

—No puedes estar hablando en serio.

—¿Por qué no?

—Porque en el granero hace calor, está sucio y no es un lugar apropiado para una mujer.

—Quieres decir que no es el lugar para mí, ¿Verdad?

Los ojos de Pedro recorrieron su cuerpo.

—No creo que te gustara el granero.

—Tú no sabes lo que me gusta —dijo con dolor.

Pedro se levantó de pronto, y al hacerlo, las patas de las sillas arañaron el suelo.

—Tienes razón, no lo sé.

Y con eso, se giró y se dirigió hacia la puerta. Ella se había quedado mirándolo, temblando. Entonces se tragó las lágrimas y recogió la mesa. Antes de terminar, había roto dos platos. Había planeado hablar con él esa noche, pero después de esa conversación, desistió. En ese momento, Pedro salió del granero.

—¡Pedro!

Él se giró.

—¿Sí?

—Espera, por favor. Tengo que hablar contigo.

Él se dirigió hacia ella con impaciencia. Tenía unos vaqueros llenos de polvo, una camisa azul y su Stetson. Definitivamente, era un hombre estupendo. Pero su aspecto físico era sólo algo superficial. Su presencia era formidable, y no importaba la forma en que estuviera vestido. Simplemente irradiaba poder. Cuando llegó a su lado, Paula tenía la boca reseca. Fuera o no una locura, la atracción estaba allí, latente y poderosa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario